23 diciembre 2010

Conversaciones de museo

Fragmentos de un laberinto

Yacen ahí las líneas sutiles que algún día fueron hechas por el sencillo movimiento de la muñeca de su autor. Sobre ellas hay manchas agresivas de un esmalte que intentaba ser dorado pero se queda en el cobre. Luego regresan las líneas que forman círculos, curvas, espirales, complicaciones, complejidades, abstractos laberintos verdes y azules, éstos inacabados en papeles blancos que se acomodan en su marco marrón.

La maja con flor

Hay pero mira qué bonito. Me gustan los colorcitos y las florecitas de su mano. Aunque la verdad es que el pintor se pudo haber ahorrado el ponerle su seno todo de fuera. Le hubiera puesto otra florecita ahí mínimo, el siguiente del florero está más bonito ahí sí no viene nada impropio.

Las manos

Nerviosas buscan encontrar calor en el frío cobre de la otra. Casi se tocan, casi. Una tosca y grande busca a la frágil y delicada, una suave y pequeña busca a una robusta y rígida. Se buscan, de cerca, casi se tocan, casi.

Fritangas

Síganme por aquí, por favor. En esta obra llamada “Fritangas” realizada en 1987 por el mismo autor, podemos apreciar la crítica que hace a la vida fácil, el consumismo, la comida rápida, la obesidad y la corporación. Todo, en esta pieza que al principio nos puede parecer grotesca pero esta enormemente apegada a la realidad, desde sus dimensiones de tamaño natural hasta los empaques de productos que se utilizan.

La virgen con el niño en brazos

Es muy interesante cómo el color azul se ha conservado mucho mejor que los otros, fíjate como ese sigue tan brillante y los otros ya están muy difuminados. Éste velo debió de haber sido como un rojo bermellón y no el pálido rosita que ahora es. Interesante, sin duda.

Estuve ahí

No entiendo el arte contemporáneo. Una placa vacía con un título profundo. Hasta yo lo pude haber hecho. ¿Estuve ahí? ¿Quién carajos? Parece sólo un elemento que no usaron de una obra arquitectónica. Basura. Regresemos al arte de verdad de aquellos maestros renacentistas porque a ésto ni siquiera se le puede llamar arte.

Vasija griega sin título, 14

No entiendo lo que mi papá le ve de interesante a estos cacharros medio pintaditos. Se detiene a examinar cada uno de ellos y empieza a contar historias remotas que seguro ni tienen que ver. Me duelen los pies. Lo único que me alegra es que algún día va a haber un señor igual de raro que examine las ollas de mi casa con tanto entusiasmo.

Ya cumplí mi sentencia

Se libera de sus cadenas un cuerpo amorfo. Parece algo muerto, acabado, rendido, pero los eslabones están atrás rígidos, marcados con el metal firme. Quizá cuando cualquiera termina o cumple una sentencia acaba igual que esa forma de plástico gris. Deshecho, deshumanizado, extraño.

Caminata

Me fascinan las luces y las sombras que logra capturar tan bien. Me impresiona como con un click de su cámara logra el momento perfecto. Obviamente esta foto fue planeada pero ve la mirada de la quinta mujer, la seguridad de la segunda sin miedo a su desnudez, el nervio casi imperceptible de la de hasta la derecha, la sonrisa fugaz de la de los pechos grandes.  Además es genial la crítica que hace cuando la contrasta con la otra fotografía que las retrata casi iguales, pero vestidas.

Estrellas en la noche

No puedo creer que lloré al ver este cuadro. Es que… simplemente es hermoso, tranquilo y las suaves pinceladas intermitentes recrean una paz que seguramente él nunca sintió. Y aunque lo tengo en un poster en mi cuarto no es lo mismo a por fin poder ver el original, y apreciar su textura y emoción... creo que voy a volver a llorar.

Mascara de jade maya

Lleva veinticinco años en este museo viendo a la gente pasar, algunos se fijan en ella y otros pasan de largo. Es una pieza extremadamente valiosa, pero nunca recuperara la magnificencia que otorgó a un rey hace tantos siglos.

Guerra, guerra.

Entiendo por qué este mural deja anonadadas a tantas personas, es que en esos trazos sencillos, monocromáticamente te muestra todo el sufrimiento humano, la destrucción, el llanto, la muerte, como su título lo dice: la guerra. Está impactante, te arruga el corazón, te estruja el alma y ni con esto que todo mundo ha visto en libros, imanes y postales, nuestra humanidad ha entendido.

22 diciembre 2010

Edgardo y Doroteo (cuento de navidad 2010)

¡Hay! ¡Si sí estás mucho más grande que el año pasado! Ya hace bastante que no te veía, bueno que no veía a nadie de por aquí ¿verdad? Pero bueno Doroteo, no me veas así, se ve que todavía no me reconoces, aunque, ¿por qué habrías de reconocer a este pobre viejo? Yo te conocí recién nacido, incluso te conocí antes que tu mamá.  Bueno, para que no te quedes con esa horrorosa duda de quién soy, déjame presentarme soy Don Edgardo y suelo venir aquí todos los años. ¡Pero qué bonita está arreglada la casa! Ahora sí que se ve bien, no le digas a la Sra. Elena, pero mejor que el año pasado con toda esa escarcha y nieve falsa. Me gustan las nochebuenas y la chimenea prendida también, le da un toque muy acogedor a todo esto. ¿Sabes si va a ser aquí la cena? No, claro que no, ¿tú cómo vas a saber? Me gustaría que fuera aquí, me encanta cuando viene la familia, a la niña esta, Sofía, siempre le encanta verme, bueno claro que no sólo a mí sino a todos nosotros, si todos sabemos que el especial aquí no soy yo ¿Apoco no? Aunque tu siempre me ves como si quisieras comerme Doroteo y a nadie más ves así, anda échate unos pasitos más para allá, que me atosigas, muy bien, así sentadito me caes bien.

Me voy a alejar un poquitito para no ser tan obvio, lo que pasa es que ya pusieron todas esas figuritas otra vez.  En una de esas me puedo comer una sin que Elena se dé cuenta, no como el año pasado que cuando le mordí la cabeza al negrito ese, me dio un buen guamazo, me lo quitó de la boca y se fue a pegarle su turbantito muy enojada. No me gusta la navidad. En especial cuando la cena es aquí. Entonces Elena se da la tarea de cocinar (cosa que nunca hace en el año) y yo que quiero ser el primero en probarlo siempre acabo regañado y sin comer nada. Además en estas épocas no me dejan entrar a la sala, hace demasiado frío,  Elena y Pedro ni me pelan y como a cada ratito viene gente, a cada ratito me encierran en el garaje. Lo único que me gusta son las figuritas, en especial ese pastor simpático.

Pues yo soy pastor, fíjate nomás. Los tres borreguitos de ahí adelante y éste de mis hombros son todos míos, pero no te preocupes, el corderito de acá arriba no pesa tanto como parece y no crece como tú. Todos los años lo traigo cargando y todos los años vengo vestido igual, así de ridículo ¿tú crees? Con el bastoncito chueco, la barbita medio larga, las ropas de un azul chillante y el tocado pasado de moda. Pero ni me quejo, la mera verdad es que con tal de salir de esa caja todo es bueno. Lo que pasa Doroteo, es que cuando se acaba la temporada navideña yo no me voy de la casa, sólo que a cada uno de nosotros nos envuelven en periódico y nos meten a una caja de cartón donde guardan todas esas cosas que no sirven. Y déjame decirte que ahí si no hay distinción, a todos, con o sin aureola nos guardan igual, ángeles, pececitos, burro, pastores, virgencita, pesebre, buey, rey, camello, estrella, niño. Imagínate casi un año entero ahí encerradote, créeme, Se siente bien respirar aire fresco, ¡pero aire fresco! ¡¡No tu apestoso aliento! ¡No Doroteo, no te acerques!

Huele como a barro el pastorcito, me gusta, definitivamente es el que mejor huele de todas las figuritas. También me gusta el borrego que trae en la cabeza, es como dos en uno, me como dos, sólo se dan cuenta de uno. Creo que Pedro y Elena a veces subestiman mi inteligencia. Bueno a veces creen que soy demasiado inteligente y me dicen cosas que no entiendo y les ladro y me regañan porque no entendí. La verdad es que son buenas personas, llegué aquí hace dos años y la verdad es que me gusta, me apapachan, me sacan a correr, y aunque el bebé llegó hace 6 meses me siguen consintiendo bastante. Yo creo que Lucio, su hijo, cuando crezca también va a ser así, divertido. Viene gateando, quiere decir que hay viene Elena, un paso para atrás, que parezca que no quiero al pastorcito.

¡Doroteo! ¿Por qué no me habías contado? Sé que existe una barrera de lenguaje entre nosotros pero, ¿no pudiste medio explicarme que la Sra. Elena tiene un hijo? ¡Caray! Pero si es adorable, me pregunto cómo se llama la hermosa criaturita. ¿Por qué te vuelves a acercar? No me gusta esa mirada pero para nada. Si pudiera moverme y fuera un pastor de verdad, más grande que tú, ya te hubiera soltado un palazo. ¡Maldita estatura! Me choca estar hecho de barro. Sé que no es bueno quejarme Doroteo y me encanta formar parte de esta pequeña escenificación hogareña del nacimiento de Jesús, pero así como te quise desde que Pedro te envolvió en esa caja de regalo, no se me ha olvidado el incidente con Baltasar y por ende te tengo un poquitín de miedo, yo sé que ya no eres un cachorrito impulsivo, pero… ¡Guácala Doroteo! ¡No me chupes!

Uy sí sabe bien, otra lamida, rápido, dos pasos para atrás, lo chupo de nuevo, un paso para atrás, ya de plano hay que arriesgarse y robarlo para saborearlo completito. Una, dos… ¡Hay viene Elena! Hay que disimular, tres pasos para atrás. Voy a mantener al pastorcito vigilado aunque sé que no se va a escapar, el pobre lleva en la misma posición tres años seguidos, desde que llegue aquí.  ¿En cuánto tiempo se ira Elena? Ya se sentó aquí a escribir cartas. Me llama para apapacharme ¿Voy o no voy? Bueno el pastorcito azul puede esperar.

¡Doroteo malo! ¡Qué bueno que ya estás tan lejos! ¿Quién fuera a pensar que el único que se fija en mí es el que me quiere comer? ¿O acaso fue una muestra de cariño? ¿Te frustra que sólo te hable pero no te acaricie detrás de las orejas? Sí, seguro es eso, mira cómo te ves tierno mientras te rasca la Sra. Elena. Perdón, pero es que sabes que yo no puedo hacer esas cosas, gracias por el lengüetazo, confieso que no me gusta, pero seguro es porque  te gusta verme y fue tu manera de manifestármelo porque no entiendo tus ladridos. 

Me encanta cuando Elena me rasca ahí atrás de la oreja. ¡Hay no! Ya se me acabo el veinte porque Lucio empezó a llorar y va con él. ¡Hay sí! Ya me puedo comer a la figurilla del pastor con borrego. Es ahora o nunca, no hay moros en la costa. Una buena mordida y eso es todo. Me voy a la esquina y ni van a saber qué estoy saboreando. Una, dos, tres. Está delicioso, masticable, pero no se despedaza por la pintura plasticosa, sabe bien,  y es divertido hacer esto, pero me siento culpable. ¿Qué va a decir Elena? Ella que me ha consentido tanto los últimos días y le puso tanto esmero a ordenar las figuritas. Tres mordiditas más y lo regreso para que no se enoje, bueno, cinco más. Ya está, aviéntalo de regreso Doroteo, ¡listo! No se nota tanto. Elena viene y lo levanta, me ve feo y me pega en la cabeza, me ve todo tristón, se arrepiente  y me da una palmadita gentil. Siento que el pastorcito me está viendo feo. A lo mejor fue porque le deje el ojo medio chueco.

16 noviembre 2010

Monólogos de un espantapájaros

Todo el santo día aquí parado, viéndolo y yo que no me puedo agachar por él y el sol, bola de fuego amarilla que quema y mi sombrero todo tirado sin que nadie lo recoja y yo achicharrándome de a poquito y mi sombrero llenándose de polvo y tierra y el sol burlándose de mi y el pájaro posándose en mi hombro y el gusano subiendo a mi sombrero y el sol quitándose las nubes y yo tristón, rompiéndome y el cuervo recordándome que no sirvo para lo que me crearon y el vidrio que aumenta la potencia del sol y mi sombrero que rueda con el aire y yo impotente, inclinado, chueco, torcido y el sol cada vez más fuerte y brillante y mi sombrero cada vez más lejos, y el vidrio que ayuda a prenderme fuego, y yo aquí quemándome de a poquito, sin que nadie lo note y el cuervo maldito que ya huyo con mi sombrero. Todo el santo día, hasta que sea pura ceniza.

Ventana cerrada.

Yo creía que eran sólo siete maravillas pero nunca me hubiera imaginado que había tantas. Ahí está el coloso monumental hecho de papel mache cual alebrije, 30 veces más grande que el de Rodas. La pirámide de cartas de puras copas de la baraja española que se detiene en la punta y es más imponente que la de Giza. Los jardines del paraíso, verdaderos esplendores botánicos que dejan atrás los de Babilonia. Un mausoleo mayor que el de Halicarnaso porque está construido para que todos los vivos disfruten y no para que un muerto descanse. Una estatua que no es de oro ni de Zeus, que es de helados, chocolates y otros postres y además me venera a mí. Un faro parecido al que alguna vez existió en Alejandría, pero no ilumina a barcos zozobrantes sino a las inteligencias apagadas. Un templo no como el de una inventada y olvidada diosa griega, ni como el de un ser sobrenatural, un templo que festeja la risa, que adora lo que necesites que se alabe de tu persona. Puedo ver las estrellas muy cerca y sin quemarme, los gusanos ahí son todos de gomitas, todos huelen a flores y perfumes o en su mínimo defecto a frutas frescas de dulces fragancias.Todo está tan cerca, casi al alcance de mi mano. Gorilas que hablan, montañas rusas en medio del océano pacífico, hadas que masajean mis pies en un spa con vista a las cataratas del Niágara, flores bellas que no me dañan y me llevan a mejores lugares que la marihuana, féretros que no cargan muertos sino manjares: caviar, salmón, patê, pizza, pasta, enchiladas, obleas de colores o lo que se te antoje en el momento. Ahí nadie es tonto, todos saben todo. Todos son ricos y no sólo por el oro. Todo esta tan cerca, del otro lado de esta ventana. Cerrada.

08 noviembre 2010

Página Marcada

La extrañaba, mucho. Cuando acabé de empacar sus cosas sentía una nostalgia impresionante, no sólo por ella, su pelo, sus negros ojos, sus carnosos labios, sus suaves manos y su agradable cintura, sino también por sus cosas. Los maquillajes que eran muchos y nunca usaba, la copa en la que aún se notaban sus huellas, las muñecas de trapo que cuidó desde su infancia, sus roídos guantes con los que me acariciaba, toda esa ropa que todavía olía a ella, y esos libros. Si no hubiera decidido quedarme con sus libros nunca lo habría notado. En mi viudez ya ni siquiera valía la pena saberlo.

Guardé únicamente esos viejos libros, después de años de apego sentimental doné todo lo demás a la beneficencia. Ni siquiera sé porque me quede con ellos. Yo no leo. Cuando vi mi casa vacía y sentí su presencia y olor desparecer, abrí su libro favorito, era uno sencillo, repleto de cuentos de tradición oral escandinava. Leí uno de los cuentos, lindo, simple. Después me di cuenta que había un fino papel marcando una de las páginas que hacía mucho no eran leídas.

Era una fotografía. Tardé en entenderlo y cuando lo hice rompí en llanto, se acabó la melancolía, se fundió mi nostalgia, reventó la tristeza y explotó en algo más grande. Pero seguían ahí, no sé, aún la extraño, mucho. Pero la odio, odio su recuerdo, odio esa foto, ella, casada conmigo, besando a mi hermano, Miguel.

23 septiembre 2010

Seis... seis.

No se si me de a entender Antonio, pero aquí va, mi queridísimo camborio:

Seis meses. Seis. Medio año. Pero después de toda una vida medio año no es nada. Faltan dieciocho años para que sea media vida, mía, contigo, media vida, mía, sin ti. Cuarenta para que sea lo equivalente a media vida, tuya, sin mí aún. Aunque el tiempo no importa. Lo malo es que el tiempo pasa, y con el borra nuestras huellas, se puede cumplir, seis meses, medio año, media vida y hasta una vida entera sin que llegue lo que espero llegue. O regrese.

Te extraño. Ya por seis meses. Medio año. Parece una vida. Extraño la idea de ti. Extraño lo que te he idealizado. Medio año. Melancolía. Nostalgia. Y tú que no estas. Desde marzo. Seis meses. Medio año. Toda una vida.

22 septiembre 2010

Chente

Curiosas las cosas que haces a veces, cosas fuera de la realidad de los demás que impactan sólo un poco en tu vida, en expresiones pictóricas que nunca tendrán trascendencia. Mírate a ti mismo Chente, estás aquí sentado, comiendo tu mallugada manzana, pretendiendo que me escuchas y que es importante lo que digo, recargado en la vieja mesa de oscuro roble con las manos todas sucias, manchadas de azul, masticas, tragas y vuelves a morder la manzana, me ves, con la mirada perdida porque tú en realidad sólo estas pensando en esa noche, todavía.

Era uno de esos momentos en que te hallabas intranquilo, por la mañana tenías miedo y me gritaste histérico, después, sin que te pudiéramos alcanzar, te fuiste quién sabe a dónde por un camino peligroso, tú muy alterado. Caminaste varias millas descalzo, eso lo sé ahora, cargando tu caja de pinturitas que te compré hace tiempo, hasta que viste a una mujer, fuera quién fuera ella, te asustó más y entonces, sin que te viera ella, lloraste, aventaste tu cajita que se abrió dejando rodar tus materiales, corriste colina arriba y te tiraste a la negra tierra, aplastando la poca hierba que existía, te revolcaste gimiendo, gruñendo, gritando, enojado sin razón alguna. Esto probablamente duró varias horas, especialmente porque yo había perdido tu rastro y no estaba ahí para tranquilizarte.

Siempre fui yo el único que te pudo calmar en tus ataques nerviosos, no pudo mamá con sus delicadas y frías manos ni nuestro padre con su áspera mirada enmarcada por las gruesas cejas que heredaste, ni otros hermanos, ni los doctores, sólo yo. Lástima que ese don que tengo haya causado que dependieras de mí toda la vida, sin ofender.

Quisiste manchar algo con tus pinturas, plasmar tu locura y tu furia pero claro que no pudiste porque estaba oscureciendo y tus pinturas se escondían desesperadas bajo el polvo, volviste a gritar, a gemir, a llorar, encerrado en ti mismo, deprimido, hasta que no pudiste más y te venció el cansancio. Exhausto te dormiste para despegarte de tu triste panorama por un rato. Cuando despertaste estabas más calmado aunque sentías la garganta seca, los pies ampollados y los ojos hinchados y entonces, de repente, te alegraron las lucecitas del pueblo, te tranquilizó la luna, te abrigó la sombra del ciprés y las estrellas te sacaron una mueca con ganas de ser sonrisa, igualita a la que traes ahorita, pensando en esa noche intrascendente, todavía.

Renacimiento

Todo fue tan breve. Con fuerza rompí la barrera que por tanto tiempo me había privado de la luz, aunque cuando por fin la vi no fue tanta como me la esperaba. Había muchos puntitos de luz pegados al azul o negro cielo, pero eso era todo. Se escuchaba un ruido como de galopes estrellándose contra el suelo, en realidad era el agua chocando contra la cálida arena. Me dirigí hacia allá, el camino largo, paso a pasito, vi a mis hermanos y hermanas tratando también llegar al mar, faltaba muy poco, me estaba cansando pero mi instinto me decía que continuara, estaba muy cerca, faltaba muy poco cuando una sombra negra se abalanzó sobre mi. Después de mi muerte entre sus fauces, renací en mi forma humana.

01 septiembre 2010

Telefonazo

(Estaba a punto de dormirme cuando sonó el teléfono. Como ya estaba medio amodorrada, me tardé en contestar con voz somnolienta) -¿Bueno? ¿Quién habla? -Pensé que las líneas de ayuda eran anónimas... -Perdón pero está equivocado. (Me dispuse a colgar pero entonces él gritó)-¡Espera! Necesito hablar con alguien, por favor, no me cuelgues, necesito a alguien que me diga que mi vida aún tiene valor -Tu vida aún tiene valor ¿Feliz? -No, espera ¿Puedo platicar contigo? sólo necesito alguien que me escuche -Habla pues, pero no garantizo escucharte así que no esperes mucha respuesta -Estoy en la azotea de mi edificio dispuesto a saltar y necesito que alguien me diga que no lo haga -No lo hagas. -No, en serio, mi vida no vale nada, me he quedado sin trabajo, mis papás no me hablan, mi novia me dejó por otro, tengo un sin fin de deudas y un dolor de cabeza que no me deja en paz... -Estás pa´la basura -Gracias -¿Gracias? -Sí, aprecio tu franqueza, es mejor que las palabras de confianza vacías que me dan aquellos que se hacen llamar mis amigos. -De nada, entonces. -¿Sabes? te imagino muy bonita -¿Sí? -Con ojos grandes y piel morena -Te decepcionarías -Te invito un café mañana -Ah... ¿Y me lo dices cuando estás a punto de suicidarte? -Por favor... -No importa lo que te hayan enseñado en primaria, esas palabras no son mágicas... -Sólo un café... -Tiene que ser broma. Está bien, no sé por qué hago ésto, pero ¿Dónde nos vemos? -... ¿Bueno? -... ¿Bueeeenooooo? (Se escucho un fuerte golpe y nunca volví a escuchar de él.)

29 agosto 2010

Escondidillas

Traigo puesto tu sombrero, ayer me puse tu chamarra, hace rato escuche tu voz en un video y vi tus palabras en una carta que le escribiste a Lucía. Así que dime la verdad: ¿Dónde estás escondido? Has dejado tantas pistas por todos lados y aún no sé dónde te metiste, ya chequé, además de lo antes mencionado, tus libros y tus fotos, palabras, portafolios y dos que tres sueños, en todos he encontrado pistas, pero híjole, eres buenísimo en eso de las escondidillas. Y aunque a algunos se les olvide que sígues ahí en algún lado siempre se acuerdan cuando ven otra de tus pistas: flores, osos grizzly, Rocío 119. Andale Antonio, dime: ¿Dónde te escondiste? Te prometo no le digo a nadie, me escondo yo contigo. Por favor, en serio sería un secreto entre tú y yo, ya me canse de buscarte y namás no encontrarte, anda, te llevo tu sombrero y un chocolate.

25 agosto 2010

Dulce de arándano

Mi mamá preparaba un dulce de arándano en la vieja cocina de la casa de San Jerónimo cuando yo llegué con las noticias. Azucaraba su menjurje en la cazuela de barro que tiempo antes perteneció a mi abuela, tenía las manos sucias y un poquito de caramelo embarrado en el cachete del cual seguramente no se había percatado. La cocina olía delicioso y mi mamá se veía contenta y complacida del postre que preparaba. Cuando me vio se limpió las manos en su delantal y se pasó la manga por la frente sonriéndome con cariño. Cuando con sus ojos amables me preguntó: ¿Qué paso, amor? No tuve el coraje para decirle que habían atropellado a mi hermano y me aventé a llorar a sus brazos que olían a dulce de arándano.

Todos invitados

Es importante la asistencia de todos Germán, no quiero que falte nadie, ni uno sólo de mis familiares, mueve cielo mar y tierra para que todos vengan. Manda invitaciones a todos los empleados de mi compañía hasta a los míseros choferes y secretarias, hasta a los que lavan los baños. Invita a todos mis compañeros de estudios que encuentres inclusive a los de kinder y primaria. Chantajea a mis hijos con las palabras o incentivos que gustes, pero los quiero aquí, sin falta. Llama a todos, absolutamente a todos, ¿Me entiendes Germán? Hasta los que me sirven café en las mañanas, el mendigo afuera de las oficinas, las azafatas de los vuelos que he tomado, antiguos socios, cajeros en tiendas, viejos maestros... todos los que me cruzo en el camino diario, para que me entiendas. Todos, Germán, Todos. No quiero que nadie se pierda el espectáculo que será mi suicidio.

Papel y paredes

Una noche, rodeado por la soledad de cuatro paredes maltratadas decidí tomar una pluma y un lápiz, me senté a escribir. Mucho tiempo había pensado en esa carta pero aún así las palabras no fluían como yo quería, taché y reescribí enemil veces mis oraciones, formulé varias opciones para expresar lo que quería decir y rompí varios borradores hasta que me dí cuenta que el escaso papel se me estaba acabando, entonces supe que no había vuelta atrás y escribí la carta definitivamente. Tuve suerte, mi vela de la semana se me acabó mientras sellaba mi sobre.

Se la dí a la mañana siguiente al policía que recogía y entregaba todos los días la correspondencia, minutos después me arrepentí de haber escrito y mandado esa carta pero fue demasiado tarde, no había nada que pudiera hacer para evitar que ella se enterara de mi realidad tan menguada, de lo que sentía por ella, de mi soledad entre cuatro paredes maltratadas.

La respuesta llegó un año más tarde cuando ya no la esperaba y llegó en vivito y a todo color, no en papel como siempre supuse que vendría. En tantos años nunca había tenido aquí una visita y pensar que era ella.

Gracias a Ana por el principio...

01 agosto 2010

La más querida


Cuando Arturo murió cada uno de sus amigos me dio una palmada, uno que otro un beso y un abrazo. Nicolás sólo me volteó a ver con furia y no volvió a pasar más tiempo conmigo, aunque antes de la muerte de su hermano disfrutaba mucho de los ratos que compartíamos. Rosario, la mamá de Arturo me abrazó y lloró, me culpó y se desahogó, pues por mí había muerto Arturo, yo era la culpable de su muerte prematura. Me quedé callada mientras me deshacía de dolor por dentro. Yo era quien debía ser acusada, así que dejé que Rosario me abrazara, me cubriera con sus lágrimas y me culpara. Su papá perdió para siempre la sonrisa que lo caracterizaba, y lo cambió por un triste semblante, él también se sentía culpable. Él me presentó con su hijo.

Arturo me quería más de lo que yo lo quería a él. Me besaba, me llamaba preciosa y todas sus tardes, sin excepción alguna, las pasaba conmigo. Yo disfrutaba estar con él, que me sostuviera en sus brazos, que me hiciera bailar, pero disfrutaba más cuando varias personas me admiraban, me perseguían, cuando se peleaban por mí. Nunca se puso celoso ni se enojó conmigo, simplemente se volvía a hacer presente, paciente, firme, contento. Conmigo se sentía triunfante, sin mí, su reina, miserable.

Nunca jugué con nadie si Arturo no estaba presente, ni siquiera con Nicolás que me amaba tanto como él, que me adoraba, que me quería incesantemente aunque estuviese con su hermano. Yo era de Arturo y de nadie más; a veces, él dejaba que me tocaran y caminaran conmigo, pero nunca dejó que me llevaran mucho tiempo ni demasiado lejos, tampoco que me detuvieran, siempre regresaba por mí aunque estuviera alegrando a alguien; entonces yo le exigía su mejor trato, sus apapachos, su cariño, que me sacara a pasear a algún lado.

Poco después de que Arturo murió, quise que todos sus amigos me agarraran a patadas, pero me castigaron de la peor manera, olvidada en un rincón, sin golpes que me hicieran volver a sentir algo más que la tristeza que ahora me abruma. Arturo ni una sola vez permitió que me pusiera triste y menos tanto como estoy ahora, él me otorgaba los mejores cuidados y jamás estuvo con otra que no fuera yo, aunque eso significara perderse un juego y no ser el campeón de fut de la cuadra por ese día. Me era completamente fiel y pensaba que yo le era recíproca, que le otorgaba ciertas ventajas que no les daba a otros hombres, a otros niños. En realidad nunca se las di. Yo coqueteaba, dejaba que me levantaran y me hicieran volar. He de confesar que él si me conocía mejor que cualquier otro que me haya tocado, reconocía mis puntos débiles, me acariciaba dónde más me gustaba y me llevaba a mis lugares favoritos, a donde nadie más podía. Yo le respondía tocando su cuerpo, sus pies, su espalda, sus piernas, su pelo.

Su papá, Matías, me llevó a una de las fiestas de cumpleaños de Arturo, ahí me conoció y en ese instante se volvió loco por mí. Yo era mayor que él, tenía más experiencias, había vivido grandes cosas, gloriosos sucesos, pero en aquel momento me sentía sola, abandonada como ahora, sin Arturo, sin nadie como él. En aquel momento, cuando me tocó, supe que me iba a amar mucho más de lo que cualquiera me había amado antes. No estaba equivocada. Él me dejaba dormir sobre su pecho, me rozaba con sus dedos suavemente, sabía como satisfacer mi orgullo que es tan grande.

Pasó el tiempo y aunque mi cuerpo ya no era tan firme como en un principio, me seguía idolatrando, me llamaba Gordita, Santa, Hermosa, Muñeca e incluso decía que no tenía más novia que yo. Arturo no vivía para las mujeres, para todas las nenas pubertas del barrio que lo seguían por su fama futbolística, él vivía para mí y mi deporte.

Le gustaba salir conmigo en la noche, aunque Doña Rosario no siempre le daba permiso. La primera vez que salimos a pasear a la calle ya que había oscurecido, vimos una estrella fugaz, y yo quise convertirme en ella: veloz, hermosa, y deslumbrante. Arturo se dio cuenta y decidió nombrar a su equipo de futbol, como lo que pensaba que era la estrella, un cometa. Su equipo ganador eran Los cometas, en mi honor, como recuerdo de aquella noche, porque para Arturo yo era veloz, hermosa y deslumbrante.

Definitivamente Arturo tenía talento, en ese arte del fútbol en que todos quieren tenerlo, él era el mejor; nadie manejaba su cuerpo con tanta pasión como él; Arturo no sólo aprovechaba sus habilidades sino que las proyectaba con inspiración, motivándose a él y al resto de su equipo, él sonreía, disfrutaba, gozaba desde el amanecer hasta el atardecer. Sí, definitivamente Arturo tenía talento, y yo era la musa que lo hacía explotarlo, que lo inspiraba.

Cuando jugaba, a veces Arturo disfrazaba su talento y se llamaba a sí mismo Beckenbauer; Nicolás decía que era Platini, Martín, que era casi tan buen portero como Arturo delantero, se llamaba Higuita; Huberto era Calero y Diana, la única niña que tenía permitido ser parte del equipo, se juraba Messi aunque siempre jugaba de defensa.

Desde la muerte de Arturo, ya nadie sale a entrenar en la calle, dicen que es peligrosa, entonces se van a canchas con cercas, pasto recién podado, porterías nuevas y dejan atrás la cancha trazada con un gis blanco, las porterías marcadas con sudaderas y me dejan atrás a mí, porque a esas elegantes canchas, nadie me quiere llevar.

Nicolás ya no juega fut, Matías no ha vuelto a ver un partido con sus amigos, ni en ésta casa ni en la de nadie y Rosario, ha prohibido que me mencionen, aunque duerma a unos escasos metros de dónde me encuentro, encerrada, castigada y descuidada. Sus amigos también me han dejado atrás, ya no piensan nunca en mí ni siquiera cuando evocan el recuerdo de Arturo, de su amigo al que ni una vez vieron sin mí a su lado.

Recuerdo cuando todos me querían, cuando dedicaban sus goles en mi honor y me sostenían, tras estos, lo más arriba que pudieran; tengo en la mente la final del barrio del año pasado… tras el último gol, el que les dio el gane definitivo en los últimos segundos del partido, Martín corrió por mí y me sostuvo en lo alto, todo el equipo me dedicó una buena porra, decían que yo era de buena suerte, mágica y que por mi sola presencia en el partido habían obtenido ese triunfo tan deseado. Recibí abrazos de todos, pero en mis adentros pensaba que no los merecía. Yo no hice nada para que ellos ganaran, para que metieran ese gol. Fueron Huberto y Arturo, ambos se lanzaron al ataque, cambiando mi mirada rápidamente de los pies de uno a los pies de otro, pronto la defensa de Los Rinocerontes había quedado tan inútil e inservible como un clavo doblado y oxidado. Huberto se detuvo frente al portero, pero dio un pase veloz a Arturo que tiró con la zurda hacia el ángulo derecho mientras el portero Ricardo, que también me quería, se lanzó hacia el lado opuesto. El golpe del travesaño dejó a todos, incluyéndome, un poco desconcertados, pero Arturo con agilidad rescató la jugada y con un cañonazo feroz, en el último segundo ganó el partido. Antes del silbatazo, me tomó en sus manos y me besó. Ese es mi breve recuerdo de felicidad compartida, corriendo a su lado, festejando su gol, mi suerte, su talento.

Arturo murió tratando de alcanzarme y por eso dejo que me culpen; murió abrazado a mí, persiguiéndome porque Edgardo Torres me había golpeado y estaba herida y enojada de que no me trataban como debían. Arturo fue una víctima de mi orgullo, pues por más que corría para alcanzarme, yo no quise detener la marcha, hasta que llegué a la avenida a toda velocidad. Me alcanzó para levantar la mirada y encontrarse con el pesero verde que le quitó la vida. Estaba de rodillas, prometiendo cuidarme mientras me mimaba y adulaba. La muerte lo encontró feliz, de eso estoy segura, porque murió conmigo a su lado y conmigo siempre estuvo irradiando la más pura de las felicidades, la muerte lo llevó antes de tiempo, porque su gloria fue efímera, infantil y olvidada por la desgracia, igual de olvidada que yo, deprimida y ponchada, perdiendo el poco aire que me queda, el aire que no se llevó el vehículo que mató a Arturo, el pesero que me mató en vida.

Hoy Nicolás me tocó primera vez desde la muerte de su hermano. Me dijo que yo no tenía la culpa, mencionó que tampoco el conductor que atropelló a Arturo, el cual no frenó, aunque digan que siempre que ves una pelota debes detener el automóvil, porque siempre hay un niño atrás. Nicolás me abrazó, me perdonó llorando, cuando dejó de moquear salió a la calle, Martín y Diana se unieron prontamente, sin estar seguros de que jugar conmigo era lo correcto, Rosario y Matías nos vieron por la ventana, él la rodeo con su brazo y ambos esbozaron sonrisas que eran al mismo tiempo melancólicas y esperanzadoras.

Nicolás volvió a jugar conmigo, se dijo a sí mismo Platini y me enseñó que todavía tengo esa capacidad de enamorar, de volar, meterme en una portería y darle gloria a un jugador, todavía causo gritos y sonrisas en el instante de gol, y todavía decepciono a algunos cuando coqueteo con los pies de todos.

20 junio 2010

Ciudad de México

Escombros grisáceos que apabuyan el contorno celeste se extienden sobre la metrópoli capitalina, la turba indiferente no se percata del chicloso y efervescente aire que cotidianamente ensombrece los magnánimos contornos de las montañas. La contingencia parece querer encerrar en un fulminante abrazo a todos aquellos seres que proliferan y no se resignan a salir de aquella densa y peligrosa burbuja, la suciedad reborbotea chillando para que la escuchen y la vean pero ellos siguen ensimismados pensando en cosas recónditas e intrascendentes.

18 junio 2010

Agruras

Un Alka-Seltzer cae sobre un vaso de agua, la pastilla lentamente se desintegra con un borboteo y el agua antes cristalina se va tornando blanca. Diego tira otra Alka-Seltzer al vaso y pasa lo mismo con las blancas burbujas que se deshacen para que las sales de las pastillas se acumulen en la parte superior del vaso.

Matemáticas


Las matemáticas, ¿qué te puedo decir? Son unas conocidas desde la infancia con las que nunca me llevé. Somos completamente lo contrario. Ellas exactas y ordenadas, precisas y lineales, ellas son geométricas e inflexibles. Yo soy la representación del desorden, de una visión que abarca un infinito igual de inalcanzable pero menos acotado en el camino, yo quiero ser la imaginación y todo lo que no se puede resolver ni con la mejor ecuación.

En el momento que me las presentaron les fui indiferente, pero a medida que más las conocía, y más bondades y genialidades me hablaban de ellas, las matemáticas, peor me caían. Las supe manejar desde el principio, usarlas en lo necesario, dominarlas rápidamente, pero no las quería, las odiaba. Aprendí rápido a sumar, a restar, a multiplicar e incluso a entender las fracciones y el algebra. Pero no me interesaba, me quería deshacer de ellas y pinte una bandera de odio a las matemáticas, en cuanto alguien me trataba de hablar de ellas, de enseñarme un nuevo truco y un nuevo método, yo sacaba esa bandera de indiferencia, de aborrecimiento a esta teoría que aunque a veces fascinante, generalmente, terminantemente imposible. Al ver esta bandera, no fueron pocos los que se rindieron, los que se limitaron a aplicar exámenes y resignarse a que no a todos nos gusta la materia.

Un día hubo una valiente, Ms. K., que se quiso enfrentar a esta bandera y se forjó a si misma el propósito de que yo, Paulina Beltrán, amaría las matemáticas. Me enseño en un mes más de lo que yo había aprendido en años. Se desgastó con juegos matemáticos, sudó con las maneras más creativas de invitar a alguien a las matemáticas. Yo me divertía pero mi respuesta a su trigonometría era simplemente: Imposible. ¿Cómo me podía poner un ejemplo de la luz del faro reflejada en el mar y el triángulo que forma, si el mar no es recto? ¿Cómo podía construir un triángulo con un árbol completamente recto, si no existen tales? Y si no había ejemplos ¿De que sirve? Ella fue la única maestra que no se resigno a decirme –para pasar el año. Ms. K busco y encontró la manera de meter lo utilizable de la teoría matemática en mi cerebro dónde la exactitud no cabe. Me decía que yo tenía alma de filosofa, cuestionándome siempre todo, a lo que ella trataba de dar pruebas exactas, pero para mí inexistentes.

Llego el final de año, el año en que nunca se rindió, no con las calificaciones sino con el amor de la materia que impartía. En una postal me escribió un pequeño poema:

Roses are red
Ratones are gray
Pau asks what if? to everything
Ms. K. doesnt know what to say!

Yo le respondí con una carta, que explicaba que no se sintiera mal con el no haber cumplido su objetivo, porque aunque no había logrado que yo amara las matemáticas, ya no las odiaba, ahora sólo, no me gustaban.

Han pasado casi tres años de esto. Y todavía no me gustan. Entiendo las matemáticas y entiendo porque algunos las aman y a otros les apasionan. Pero no estoy de acuerdo, pienso que sólo sirven las matemáticas más básicas, y las demás son imposibles y francamente inservibles.

Creo que hay cosas más interesantes, más útiles, más apasionantes. Prefiero la literatura, la historia y el arte. Pero las matemáticas siguen siendo mis entendibles enemigas.

Planes que no funcionan

Has hecho todo lo que debías y sin embargo no dio resultado. su pupila está fija en tus ojos, pero su expresión no ha cambiado, sigue estática al igual que su boca, sus manos, su cara.

Quieres al menos una palabra o un gesto de respuesta al inmenso despliegue de oraciones que le acabas de decir, pero sus labios continuan inmóviles como sus ojos negros que observan hasta lo más profundo de tu ser.

Pronto la mirada se desvía, ella se da la vuelta y te deja ahí parado con tu alma. Lo planeaste durante meses, cada enunciado, cada movimiento, lo consultaste con sus amigas y cuando ella tenía que responderte que te correspondía en todo, simplemente se fue.

27 mayo 2010

Regresa

Después de meses, te sigo extrañando y de cierta manera sé que tengo que seguir con mi vida, seguir adelante y de un modo olvidarte. Pero no sé si es posible dejar de pensar en tí, en el roze de tu mano, en la mirada de tus ojos, en tus palabras. Estoy segura que no puedo vivir sin las risas que me causabas, sin las alegrías que me dabas, simplemente no puedo vivir sin tí. Me encantaría que regreses a mí, porque aún te encuentro en todo lo que veo o escucho, en todos esos objetos a los que les atribuyo un pedazo de tí, en las historias que invento, edito o aumento para sentirte cerca. Te extraño. Regresa.

18 mayo 2010

Luna


La afinidad por la luna llena caracterizaba a Joaquín Rivera. Cada ciclo lunar, esperaba a que nuestro satélite natural se hallara rebosante y entonces, dejaba de lado otro de sus trabajos, todos sus problemas y cualquier estímulo que lo privara de la blanca luna en esos días. Cuando en el cielo se iba a dibujar una luna llena, Joaquín subía las escaleras hasta llegar a la azotea del edificio en el que vivía, extendía su sleeping bag y se acostaba sobre éste con un thermo lleno de café en la mano y los ojos bien pendientes a la esfera inmensa que estaba a punto de salir entre los demás edificios.

Pasaba toda la noche despierto, observando a su amor, excitado, delirante, sonriente, emocionado y plenamente feliz; hasta que la luna se escondiera, tarde o temprano. Entonces esperaba a que de nuevo se cumpliera el ciclo y la luna escondiera de nuevo a la Tierra su mitad oscura.

La luna llena era su pasión juvenil, su ilusión más grande y en muchas ocasiones, ese día en que la luna se convertía en un perfecto círculo se presentaba como su único motivo para seguir viviendo. Nunca una mujer pudo ganarle terreno a la luna en el corazón de Joaquín, ningún placer terrenal pudo apartarlo de la azotea en la culminación de su espera de 29 o 30 días, los amigos nunca le fueron lo suficientemente confortantes, la familia suficientemente importante ni el trabajo suficientemente necesario, pero la luna llena, la luna llena sí.

Equivocado

Macario Rueda estaba equivocado y su esposa, Georgina Mata, lo sabía. Él aseveraba que el crimen había sido cometido por Genaro García y nadie lo puso a tela de juicio. Genaro se había peleado con Renato Rueda en un bar y muchas personas fungieron como testigos. Los dos salieron enojados y borrachos y el resto Genaro no lo recuerda por los efectos del alcohol, pero encontraron a Renato muerto horas después en la banqueta frente al bar del otro lado de la calle. Macario pasó toda su vida pensando que efectivamente, Genaro había asesinado a su hijo, pero su mujer, Georgina, sabía que no era cierto. Nunca dijo nada pues era ella, mujer educada y recatada, quien había matado a su propio hijo.

No te quiero


Quiero decirte que te quiero, que te amo y te juro he tratado pero no puedo porque en realidad no lo siento. Me gustaría ¿qué digo? ¡Me encantaría! Me encantaría poder quererte, poder amarte como sería lo natural, sería feliz si te pudiera decir un te quiero espontáneo y sentirlo de verdad, porque te lo he dicho infinidad de veces pero sólo porque la situación, el momento o tú me obligan.

No tengo duda alguna de que tú me quieres pero me cuesta enormemente serte recíproca. Tristemente, la verdad es que no te quiero y seré redundante ¡Me encantaría! Pero no puedo y no me arrepiento porque es tu culpa, no la mía, no te dejas querer, te das a odiar, a aborrecer. Tú crees que puedes exigirme, exprimirme, enojarte, gritarme, insultarme, abusar, encolerizar y todo esto sin que yo te deje de querer, pero la verdad es que no recuerdo cuando fue la última vez que te quise y ni siquiera sé si en realidad algún día lo hice.

Hoy te odio y aunque a ratos existe un momento mágico y haces cosas para que te vuelva a querer, no puedo, y aunque en relaciones como la nuestra sea lo natural, no puedo darte un abrazo casual, un apapacho cariñoso, no puedo amarte, no puedo quererte.

05 mayo 2010

Altercado

Cuando él apenas llega y suavemente le dice lo que le molesta de un problema, ella se pone roja y empieza a gritar sin escuchar, violenta y salvaje como si estuviera loca. Cada vez que él la trata de calmar, se enreda en las quejas de su mujer y tiene que hacer frente al regaño, sintiendo poco a poco como se le eriza el pelo, él se va enojando, tensando hasta que queda como el áspero metal al que se le ha tirado un poco de ácido, y sin embargo, es apenas el principio porque un momento después ella se truena los dedos de las manos consintiendo que él aproxime suavemente sus músculos. Apenas se tocan, algo como una cuerda los enreda, los junta y los golpea, de pronto la bofetada, la mordida feroz de las mandíbulas, los puñetazos de rabia sobre una suavísima mejilla. ¡Para! ¡Para! Envueltos en la pela del resentimiento, se sienten parar, cansados y arrepentidos. Tiembla el puño, se vencen las barreras y todo se resuelve en un profundo abrazo, en besos de esterilizadas gasas, en caricias casi crueles que los juntan hasta el límite de los labios.

02 mayo 2010

Lo que pasa tras la caída del telón


Y cuando se fue el primer actor, el personaje de más importancia, el admirable intérprete, el jovial hombre, el protagonista inigualable de viejos ojos azules; el resto de los actores comenzaron con el trabajo de tramoyistas.

Cuando se va la vida, cuando se termina el guión, cuando lo único que queda por contar son simples recuerdos de una obra terminada, cuando se va nuestro protagonista, el centro de gravedad, es cuando el escenario se tiene que desmontar. Se quita cada cuadro, tapete, y mueble que algún día formó parte de la escenografía de la obra. Los actores secundarios de la magistral función llevan algunas cosillas consigo, recuerdos de la representación terminada, del actor gallardo que fungió un gran papel en todas las obras de las vidas del personal del teatro cuyas historias aún no están terminadas.

Cuando se cerraron los telones todos lloraron, quedó la nostalgia de la historia de una buena vida, la melancolía de ya no tener cerca al gran actor estelar, el profundo anhelo por cada escena irrepetible, la triste misión de quitar cada cosa de importancia y cada tontería del escenario que había sostenido la obra teatral por años.

Y quedó así vacío este escenario. En el teatro quedaron algunas cosas inservibles que ninguno de los que trabajaban tras bambalinas y ninguno de los actores de roles menores quiso. Se pudrirán o se venderán, pero en el escenario no queda ya rastro alguno de aquella gran historia con un gran guión y un gran actor, de la gloria y la majestuosidad, no queda rastro de vida ni de unos ojos de color azul.

Los demás actores comienzan a crear nuevos escenarios con la tramoya y decoraciones que tomaron al desmontar, pero por más que tratan de acomodar los objetos, tienen la profunda seguridad de que jamás se verán como lo hicieron en el escenario primero, en el que cada uno interpretó un papel casual pero siempre influenciado por los viejos ojos azules del protagonista que no será olvidado.

20 abril 2010

Sin remitente

Hace cuatro días recibí la carta de un anónimo que me dejó consternado y completamente anonadado. La carta venía escrita en tres hojas dentro de un sobre verde tamaño carta sin timbre postal y la encontré en el suelo mojado cuando llegué del trabajo. La primera hoja, un poco húmeda, escrita con una letra apretada y firme decía lo siguiente:


Martín:

Tú ahora no sabes quién soy y espero que ese hecho se mantenga de esta manera. No me conoces y espero que nunca intentes hacerlo.

Quiero hablarte sobre Rosario para que puedas entender por qué te dejó. No pretendo excusar su actitud, justificar sus acciones ni redimirla ante tus ojos, pero considero que tienes el derecho de conocer sobre su vida y así podrás comprender por qué te hizo tantas cosas.

Para empezar, el verdadero nombre de Rosario es otro, Amanda. Yo conocí a Amanda tan sólo seis meses antes de que te conociera a ti. Ella, como sabes, era altiva, pasional, y casi siempre alegre. Pronto nos enamoramos y decidimos casarnos, nuestra boda se fijó para el cuatro de abril, es decir el día en que te conoció. Desde un principio me dijo que quería una boda pequeña y sencilla pero me sorprendió que mientras yo invite a pocos amigos y a mi familia cercana, ella no invitó absolutamente a nadie. Nos casamos por la mañana en la iglesia de Santa Catarina y ella pasó a ser mía, a tomar mi apellido, pero en la pequeña recepción en la casa de mi hermana escapó y por mucho tiempo no la volví a ver.

Ese día, según entiendo, Amanda te conoció en un bar y te inventó toda una historia de una vida que nunca vivió: una infancia y una juventud maravillosas en India, las Antillas, Canadá, Micronesia y Grecia con un padre embajador, una orfandad, una crisis económica por falta de testamento de sus padres, el regreso a México y tres meses más tarde el bar y su nuevo y poco gastado nombre de Rosario.

El cuatro de abril pasó la noche contigo y al día siguiente ella se dio cuenta de que estaba enamorada de ti. Amanda nunca tuvo el coraje de contarte su verdadera historia porque tú estabas enamorado de Rosario, la aventurera, la alegre, la rechazada por la vida, la que a pesar de todo era feliz; no a Amanda la mujer que rechazó ella misma su vida, su felicidad.

Amanda, o debo decir Rosario, estuvo contigo por nueve años y supongo que ahora entiendes por qué nunca se quiso casar y te convenció a vivir con ella sin ningún papel que demostrara que eran una pareja ante la ley, y es que Rosario no existía de verdad.

Hace tres años, uno antes de que te abandonara, me encontré con Amanda en una feria, tú habías ido a buscar algodones de azúcar y ella te esperaba en uno de los juegos de destreza. Me acerqué y cuando me vio quiso salir huyendo pero el tumulto no se lo permitió.

Hablamos poco, sin reproches, mi mujer que no era mía y yo. Me sorprendió encontrarla después de ocho años de no verla, después quedamos de vernos al día siguiente en un café a las seis de la tarde. Después de quince minutos de esperarla en el café pensé que no iba a llegar, pero cuando estaba a punto de levantarme y retirarme, la vi entrar al café más bella y radiante que nunca con un vestido blanco, corto, escotado y fresco.


Las otras dos hojas de la carta estaban empapadas, pues quienquiera que haya dejado la carta en mi puerta no se percató del suelo mojado. La tinta se corrió y la letra es completamente ilegible, por más que he intentado descifrar tan sólo una palabra en estos días, me he visto imposibilitado.

Tras leer esta carta sin un fin concreto ha vuelto a surgir en mi la duda olvidada de la repentina desaparición de Rosario, mi mente da vueltas en el asunto y no encuentro una solución ni una respuesta. Ansío con desesperación conocer el resto de la carta, conocer el final de una historia de la que formo parte, pero no hay ningún remitente al que le pueda pedir más información y no he visto a Rosario (o Amanda) desde hace ya dos años. Así que creo que me tendré que conformar con no saber nada de mi Rosario, Amanda, a menos que algún día el anónimo decida mandar otra carta.

Ya escribí de tí


Recargada en el respaldo de su silla, casi acostada, escribe sobre los Niveles Tróficos en clase de biología. Bosteza y me voltea a ver, esboza una sonrisa amodorrada y me señala con los ojos su bolsillo, lo veo, mete su mano y la vuelve a sacar con el dedo de en medio levantado como seña obscena, me rió y se ríe. Después toma su pluma se voltea y en una pose cómoda vuelve a tomar apuntes y poner atención.

Desesperante rutina

Lo mandaron a comprar una bolsa grande de café molido y jabón para ropa. Regresó con una bolsa chica de café en grano, un chocolate y dos mandarinas. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar tres litros de leche Light y el periódico del día. Regresó con dos litros de leche deslactosada y un trompo de madera. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar quince limones y un paquete de diez rollos de papel de baño. Regresó con trece limas y una bolsa de turrones. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar dos pulpos medianos con su tinta y un ramo de gardenias. Regresó con un calamar grande con su tinta, una bolsita de gomitas y un Boing de mango. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar un litro de helado de menta con chispas de chocolate y veintitrés chiles poblanos. Regresó con seis litros de helado de menta con chispas de chocolate y una revista barata. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela…

Natación en aguas peligrosas


Se sumergen en la cómoda incertidumbre de las relaciones de pareja, se conocen, se ven, se acarician, platican, se abrazan, se besan. Se sumerge en las cálidas aguas del amor junto a ella, se abrazan, se besan, platican, se comprometen, platican, se acarician, se besan, se casan. Tratan de mantenerse a flote, se abrazan, platican, tienen hijos, discuten, se evitan, crecen, platican. Cada vez se hunden más, platican, pelean, se abrazan, se enojan, discuten, envejecen, pelean, tienen nietos, platican, se evitan, callan. Al final, sin darse cuenta ya están ahogados en las profundidades de las relaciones de dos.