03 abril 2011

Carretes de hilo.

Estábamos en Villahermosa, en el parque de La Choca. El sol abrasador no me dejaba verlo, él se alejaba cada vez más y yo aunque corría lo perdía de vista cada vez más seguido. Mis manos ya estaban quemadas pero no me importaba la línea marcada en mi palma. Trataba de distinguir sus rasgos, sus colores y sus formas que hace poco estaban en mis manos, pero veía sólo un punto transparentoso que me abandonaba.

Nunca se enredó con nada ni nadie, ni siquiera con otro de los varios que viajaban a su lado; todo el ambiente cálido, además de la personalidad y dedicación que las manos artesanas le pusieron lo llevaron lejos, más lejos que ningún otro que haya visto.

Voló como una hoja en el aire, yo quería que llegara lejos pero no quería soltarlo y seguí dándole vueltas a los carretes de hilo como Teseo en el laberinto, hasta que ya no hubo más y entonces se fue, se soltó de mis manos y huyó mi papalote para perderse ente el cielo azul bombardeado de pájaros que anunciaban con cantos que pronto sería el atardecer mientras se dirigían a los árboles enormes de Tabasco.