26 octubre 2011

Café 1.

Después de estar dos minutos dentro del horno de microondas, la taza de café estaba de nuevo caliente. Lucas la tomó con sus dos manos y sopló un poco, leyó un papel que estaba sobre la mesa de la cocina pero al ver que era una vieja lista del súper, rápidamente la arrugó y la tiró al basurero. En ese momento tocaron el timbre. Lucas dejó la taza sobre la mesa y desganado fue a abrir la puerta. Cuando vio a los testigos de Jehová los corrió de una manera grosera pero bienintencionada. Regresó a su casa, tomó su laptop cuya pantalla estaba débilmente detenida por un maskin-tape y se dispuso a escribir por fin el largo y sentimental e-mail que por muchas semanas había querido enviar a Penélope. El café, en la cocina, se volvió a enfriar.

Martha estacionó su Mercedes en dos lugares y le dejó las llaves a su guarro que ocupaba otros tres con su camioneta. Con sus enormes tacones hizo una escena al entrar al Strabucks pues aún disfrutaba que la voltearan a ver, pero cuando se dio cuenta que a pesar de que se había presentado a la cita diez minutos tarde, su hermana menor no había llegado, vaciló y se acercó a la barra. Pidió un caramel macchiato venti descafeinado con leche deslactosada light, extra caramelo y sin crema batida. Entonces, para no verse sola le marco a Joaquín quien como de costumbre ignoro su llamada, así que ella fingió que conseguía hablar con su esposo amoroso mientras daba sorbos a su bebida. En eso, llegó Lucía y ella pretendió una dulce despedida y abrazó a su hermana.

Puntualmente sonó el despertador por tercera vez y Penélope estiró su mano para apretar de nuevo el botón de su celular que cordialmente le otorgaba diez minutos más de sueño, pero al hacerlo tiró el vaso que descansaba sobre su mesita de noche y rápido despertó con la reacción de salvar a sus libros del agua. Cuando volvió a ver la hora en su celular se dio cuenta de que ya iba veinte minutos tarde. Con sueño se envolvió en su cobija y la arrastró hasta la cocina para servirse el café que la esperaba listo para beberse. Su taza era el doble de grande que lo normal, pero aún así le quedaba suficiente líquido en la cafetera para unas tres iguales y sólo para ella. Después de oler su café le dio un buen trago, se apretó su cobija y sin soltar su taza salió por el periódico. Cuando en una de las páginas vio la foto de la boda de Santiago, se soltó a llorar, derramando unas gotas de café sobre su periódico y su cobija.

Lucía estaba de muy buen humor esa semana y quería consentirlo, así que ese Domingo lo dejó durmiendo y después de bañarse y arreglarse, bajó a la impecable cocina; preparó unos chilaquiles de chile güero con la receta de su tía; picó un poco de papaya a la que le puso limón y sal y sirvió dos tazas de café. La de ella tenía poco café y mucha leche y la de él, lo opuesto. Lo ordenó todo en una bandeja que adornó con un estilizado florero y subió las escaleras para sorprender a su nuevo marido con el desayuno en la cama, pero cuando entró al cuarto, Santiago ya no estaba ahí.

Su secretaria puso otro sobre en su nueva máquina de express. Era el quinto café del día para Eduardo que había pasado la noche en blanco preparando el papeleo para la reunión que sin duda era de extrema importancia. Se tomó el café de un solo trago y se sentó en la sala de juntas que ya estaba lista. Sólo faltaba que llegara el cliente ricachón. Cerró sus ojos apenas un instante cuando su secretaria le avisó que tenía una llamada de emergencia. Él se veía molesto por la interrupción, pero cuando ella mencionó que era su hermano Lucas, cogió el teléfono violentamente, hizo un par de afirmaciones breves, colgó, tomó otro café express y salió a zancadas de la oficina sin explicar a nadie lo que debían de hacer en la junta con Joaquín.

02 octubre 2011

Notas en el parabrisas

Salí temprano del departamento de Marcela y con las prisas de pasar a mi casa por una camisa limpia, no me fijé en el papelito que revoloteaba en el parabrisas. La casa ya estaba vacía, había un desayuno frío sobre la mesa, el cual tiré a la basura, me di un regaderazo y salí corriendo para llegar a tiempo a la oficina. En el tráfico de las ocho de la mañana me fijé de nuevo en el papel azul atorado en los limpiadores y como el periférico estaba parado, me di permiso de sacar el brazo y la mitad del cuerpo por la ventana hasta que atrapé el papel que ya me estaba desesperando. Lo arrugué y lo aventé al asiento del copiloto.

Ese día fue muy cansado en el trabajo, no me dio tiempo de comer y salí hasta muy tarde. El tráfico de regreso ni se diga. Estaba ya estacionado afuera de mi casa cuando me volví a fijar en el papel. Lo iba a tirar a la basura pero me di cuenta que tenía algo escrito a mano y no era cualquier panfleto. Me volví a sentar en el coche y lo aplané para leerlo.

La letra era desordenada y estaba escrito todo medio al aventón. Lo transcribo aquí tal cual (con todo y las faltas de ortografía) para que no digan que estoy exagerando cuando lo cuento.

Ernesto:
Me has hecho vivir una pinche mentira toda la vida y yo de pendeja que voy y te creo. no puedo creer que TU coche estaba aquí afuera de SU casa cuando me dijiste que ibas a un viaje de negocios, eres un patán, fasilote, estupido… ni siquiera vale la pena decirte todas las mierdas que ers y no se te ocurra volverme a hablar NUNCA. no puedo entender como creí que podías cambiar. Si te vuelvo a ver te parto la madre mejor quédate aquí con tu piruja esta y no trates de volver a verme. Te lo lo advierto imbécil. Si vas a hablar con alguien va a ser con mi abogado que te va a dar los papeles de divorcio ya la casa es mía, quédate con el pinche jetta. Te odio. No, Ni vale la pena odiarte. Vete a la chingada. Nunca vas a conseguir a nadie como yo vas a conseguir nunca.  Greta.

Me baje desconcertado a la casa que estaba vacía. Para colmo se me habían olvidado las llaves y no podía pasar. Le di vueltas al asunto largo rato, tenía hambre pero ahora sí que la tenía que esperar. Por fin llegó mi hermana, cenamos juntos y le conté de la carta, pero ella tampoco conoce a ningún Ernesto y a ninguna Greta.