18 junio 2010

Matemáticas


Las matemáticas, ¿qué te puedo decir? Son unas conocidas desde la infancia con las que nunca me llevé. Somos completamente lo contrario. Ellas exactas y ordenadas, precisas y lineales, ellas son geométricas e inflexibles. Yo soy la representación del desorden, de una visión que abarca un infinito igual de inalcanzable pero menos acotado en el camino, yo quiero ser la imaginación y todo lo que no se puede resolver ni con la mejor ecuación.

En el momento que me las presentaron les fui indiferente, pero a medida que más las conocía, y más bondades y genialidades me hablaban de ellas, las matemáticas, peor me caían. Las supe manejar desde el principio, usarlas en lo necesario, dominarlas rápidamente, pero no las quería, las odiaba. Aprendí rápido a sumar, a restar, a multiplicar e incluso a entender las fracciones y el algebra. Pero no me interesaba, me quería deshacer de ellas y pinte una bandera de odio a las matemáticas, en cuanto alguien me trataba de hablar de ellas, de enseñarme un nuevo truco y un nuevo método, yo sacaba esa bandera de indiferencia, de aborrecimiento a esta teoría que aunque a veces fascinante, generalmente, terminantemente imposible. Al ver esta bandera, no fueron pocos los que se rindieron, los que se limitaron a aplicar exámenes y resignarse a que no a todos nos gusta la materia.

Un día hubo una valiente, Ms. K., que se quiso enfrentar a esta bandera y se forjó a si misma el propósito de que yo, Paulina Beltrán, amaría las matemáticas. Me enseño en un mes más de lo que yo había aprendido en años. Se desgastó con juegos matemáticos, sudó con las maneras más creativas de invitar a alguien a las matemáticas. Yo me divertía pero mi respuesta a su trigonometría era simplemente: Imposible. ¿Cómo me podía poner un ejemplo de la luz del faro reflejada en el mar y el triángulo que forma, si el mar no es recto? ¿Cómo podía construir un triángulo con un árbol completamente recto, si no existen tales? Y si no había ejemplos ¿De que sirve? Ella fue la única maestra que no se resigno a decirme –para pasar el año. Ms. K busco y encontró la manera de meter lo utilizable de la teoría matemática en mi cerebro dónde la exactitud no cabe. Me decía que yo tenía alma de filosofa, cuestionándome siempre todo, a lo que ella trataba de dar pruebas exactas, pero para mí inexistentes.

Llego el final de año, el año en que nunca se rindió, no con las calificaciones sino con el amor de la materia que impartía. En una postal me escribió un pequeño poema:

Roses are red
Ratones are gray
Pau asks what if? to everything
Ms. K. doesnt know what to say!

Yo le respondí con una carta, que explicaba que no se sintiera mal con el no haber cumplido su objetivo, porque aunque no había logrado que yo amara las matemáticas, ya no las odiaba, ahora sólo, no me gustaban.

Han pasado casi tres años de esto. Y todavía no me gustan. Entiendo las matemáticas y entiendo porque algunos las aman y a otros les apasionan. Pero no estoy de acuerdo, pienso que sólo sirven las matemáticas más básicas, y las demás son imposibles y francamente inservibles.

Creo que hay cosas más interesantes, más útiles, más apasionantes. Prefiero la literatura, la historia y el arte. Pero las matemáticas siguen siendo mis entendibles enemigas.

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