20 abril 2010

Sin remitente

Hace cuatro días recibí la carta de un anónimo que me dejó consternado y completamente anonadado. La carta venía escrita en tres hojas dentro de un sobre verde tamaño carta sin timbre postal y la encontré en el suelo mojado cuando llegué del trabajo. La primera hoja, un poco húmeda, escrita con una letra apretada y firme decía lo siguiente:


Martín:

Tú ahora no sabes quién soy y espero que ese hecho se mantenga de esta manera. No me conoces y espero que nunca intentes hacerlo.

Quiero hablarte sobre Rosario para que puedas entender por qué te dejó. No pretendo excusar su actitud, justificar sus acciones ni redimirla ante tus ojos, pero considero que tienes el derecho de conocer sobre su vida y así podrás comprender por qué te hizo tantas cosas.

Para empezar, el verdadero nombre de Rosario es otro, Amanda. Yo conocí a Amanda tan sólo seis meses antes de que te conociera a ti. Ella, como sabes, era altiva, pasional, y casi siempre alegre. Pronto nos enamoramos y decidimos casarnos, nuestra boda se fijó para el cuatro de abril, es decir el día en que te conoció. Desde un principio me dijo que quería una boda pequeña y sencilla pero me sorprendió que mientras yo invite a pocos amigos y a mi familia cercana, ella no invitó absolutamente a nadie. Nos casamos por la mañana en la iglesia de Santa Catarina y ella pasó a ser mía, a tomar mi apellido, pero en la pequeña recepción en la casa de mi hermana escapó y por mucho tiempo no la volví a ver.

Ese día, según entiendo, Amanda te conoció en un bar y te inventó toda una historia de una vida que nunca vivió: una infancia y una juventud maravillosas en India, las Antillas, Canadá, Micronesia y Grecia con un padre embajador, una orfandad, una crisis económica por falta de testamento de sus padres, el regreso a México y tres meses más tarde el bar y su nuevo y poco gastado nombre de Rosario.

El cuatro de abril pasó la noche contigo y al día siguiente ella se dio cuenta de que estaba enamorada de ti. Amanda nunca tuvo el coraje de contarte su verdadera historia porque tú estabas enamorado de Rosario, la aventurera, la alegre, la rechazada por la vida, la que a pesar de todo era feliz; no a Amanda la mujer que rechazó ella misma su vida, su felicidad.

Amanda, o debo decir Rosario, estuvo contigo por nueve años y supongo que ahora entiendes por qué nunca se quiso casar y te convenció a vivir con ella sin ningún papel que demostrara que eran una pareja ante la ley, y es que Rosario no existía de verdad.

Hace tres años, uno antes de que te abandonara, me encontré con Amanda en una feria, tú habías ido a buscar algodones de azúcar y ella te esperaba en uno de los juegos de destreza. Me acerqué y cuando me vio quiso salir huyendo pero el tumulto no se lo permitió.

Hablamos poco, sin reproches, mi mujer que no era mía y yo. Me sorprendió encontrarla después de ocho años de no verla, después quedamos de vernos al día siguiente en un café a las seis de la tarde. Después de quince minutos de esperarla en el café pensé que no iba a llegar, pero cuando estaba a punto de levantarme y retirarme, la vi entrar al café más bella y radiante que nunca con un vestido blanco, corto, escotado y fresco.


Las otras dos hojas de la carta estaban empapadas, pues quienquiera que haya dejado la carta en mi puerta no se percató del suelo mojado. La tinta se corrió y la letra es completamente ilegible, por más que he intentado descifrar tan sólo una palabra en estos días, me he visto imposibilitado.

Tras leer esta carta sin un fin concreto ha vuelto a surgir en mi la duda olvidada de la repentina desaparición de Rosario, mi mente da vueltas en el asunto y no encuentro una solución ni una respuesta. Ansío con desesperación conocer el resto de la carta, conocer el final de una historia de la que formo parte, pero no hay ningún remitente al que le pueda pedir más información y no he visto a Rosario (o Amanda) desde hace ya dos años. Así que creo que me tendré que conformar con no saber nada de mi Rosario, Amanda, a menos que algún día el anónimo decida mandar otra carta.

Ya escribí de tí


Recargada en el respaldo de su silla, casi acostada, escribe sobre los Niveles Tróficos en clase de biología. Bosteza y me voltea a ver, esboza una sonrisa amodorrada y me señala con los ojos su bolsillo, lo veo, mete su mano y la vuelve a sacar con el dedo de en medio levantado como seña obscena, me rió y se ríe. Después toma su pluma se voltea y en una pose cómoda vuelve a tomar apuntes y poner atención.

Desesperante rutina

Lo mandaron a comprar una bolsa grande de café molido y jabón para ropa. Regresó con una bolsa chica de café en grano, un chocolate y dos mandarinas. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar tres litros de leche Light y el periódico del día. Regresó con dos litros de leche deslactosada y un trompo de madera. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar quince limones y un paquete de diez rollos de papel de baño. Regresó con trece limas y una bolsa de turrones. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar dos pulpos medianos con su tinta y un ramo de gardenias. Regresó con un calamar grande con su tinta, una bolsita de gomitas y un Boing de mango. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela, en su casa comió y lo mandaron a comprar un litro de helado de menta con chispas de chocolate y veintitrés chiles poblanos. Regresó con seis litros de helado de menta con chispas de chocolate y una revista barata. Siguieron los gritos de su madre y el frío regaño de su padre. Lo encerraron en su cuarto y el lloró amargamente hasta que anocheció. Durmió. Desayunó y se fue a la escuela…

Natación en aguas peligrosas


Se sumergen en la cómoda incertidumbre de las relaciones de pareja, se conocen, se ven, se acarician, platican, se abrazan, se besan. Se sumerge en las cálidas aguas del amor junto a ella, se abrazan, se besan, platican, se comprometen, platican, se acarician, se besan, se casan. Tratan de mantenerse a flote, se abrazan, platican, tienen hijos, discuten, se evitan, crecen, platican. Cada vez se hunden más, platican, pelean, se abrazan, se enojan, discuten, envejecen, pelean, tienen nietos, platican, se evitan, callan. Al final, sin darse cuenta ya están ahogados en las profundidades de las relaciones de dos.

15 abril 2010

El grandioso soñador

El grandioso soñador se encontraba en un triste desierto, rodeado de dunas de arena color ocre que no producían sombra alguna, alumbrado por un sol brillante y desesperante, recostado con los ojos bien cerrados.

Fue entonces cuando el grandioso soñador comenzó su sueño y vio a una sirena enamorando a un marinero con su melodiosa voz, convivió con los duendes que vivían en un pueblo con tejados de amaranto, luchó contra un dragón escarlata, nadó en las cascadas hindúes de aguas doradas y conquistó el amor de la deslumbrante princesa que habitaba en el palacio de marfil.

Después, viajó en un globo que en realidad era una gran bomba de chicle, conoció a las jirafas de cuello corto y los elefantes azules de puntos naranjas, escaló las pirámides de Egipto, asustó a un solitario fantasma verde, quedó atrapado en la panza de una pantera africana y bailó con un hada a la luz de las estrellas que cantaban.

Continuó su sueño, formó parte de una tripulación pirata del mar Caspio, descubrió la fórmula química de la oscuridad, construyó el edificio más imponente y alto jamás creado, apreció la minúscula altura del hombre más chaparro de Micronesia, amaneció en la copa de un ancho árbol tallado de símbolos ancestrales y pintó un atardecer de color verde esmeralda.

Y así, siguió soñando, recorrió el mundo en un ferrocarril de humo rosado, probó los más suculentos manjares confeccionados en su mayoría con chocolate, manejó la nave de un extraterrestre bastante amigable que tenía un solo ojo, se enamoró de la diosa de la música y caminó descalzo sobre la suave nieve del Himalaya.

Más tarde el grandioso soñador escribió una novela trascendental para la historia de la literatura, entendió el objetivo y el fin de la humanidad, besó a una ninfa nocturna de alas plateadas, coleccionó todos los dulces de manzana existentes, los repartió entre sus allegados, entabló amistad con el conejo de la luna y ésta lo arrulló y quedó profundamente dormido.

Fue entonces cuando el grandioso soñador despertó y se encontró a el mismo en un triste y frío desierto entre dunas de arena color gris que no producían calor alguno, alumbrado por egoístas estrellas distantes, deseoso de volver a soñar porque claramente la realidad no vale la pena.

Inalcanzable


Le gusta que la amen, que la admiren, tenerlos a sus pies, pero nunca más arriba del talón. Ella nunca les responderá, nunca les dará la contestación esperada, aunque tampoco llegará a maldecirlos o agarrarlos a patadas. Y es que ella es así, nunca les da alas pero tampoco se las corta.

Murphy, me caes mal

Me volvió a despertar la alarma de mi celular que sonaba por cuarta vez. Aventé las cobijas y me troné los hombros, me paré y me dirigí al baño, toqué el apagador dos veces pero no prendió la luz. Crucé mi cuarto y apachurre el apagador de la luz del cuarto. Tampoco prendió. Tomé mi celular y empecé a alumbrar, mi hermana salió de entre sus cobijas y me dijo que había unas linternas en su maleta que estaba arriba en la lavandería. Prendí la regadera para que se fuera calentando el agua y salí del cuarto, alumbrada sólo por la débil luz del celular crucé el pasillo, pasé por el comedor y me encontré con Antonia en la cocina, preparaba unos sándwiches igual alumbrada por su celular que brillaba mucho más que el mío, le dí los buenos días y subí las escaleras. Arriba esculqué la maleta de mi hermana hasta encontrar las dos dichosas linternas. Una tenía una luz todavía más tenue que la de mi celular, pero la roja prendía bien. Con la luz nítida de esa linterna alumbré mi camino de regreso, baje las escaleras y caminé hasta mi cuarto, cuando llegué se prendió la luz.

Missing some closure (osease, falta un cierre)


Ya todo está bien entre Mariana y Juan, son amigos de nuevo y nada del pasado importa. Pero sólo porque Mariana, para aligerar los problemas, se tragó todo lo que sentía, lo enterró y lo ocultó para siempre.

Hace tiempo Juan había tenido una relación con Diego, cuando ésta acabó, decidió que sí estaba “into the ladies” y le confesó su amor a Mariana. Al principio a ella no le gustó la idea, pero luego empezaron a salir, ella estaba nerviosa, no quería que sólo fuera una relación de prueba con las mujeres para Juan, pero como llevaban mucho tiempo siendo amigos, le dio una oportunidad. Al principio, todo fue mágico y Mariana lo empezó a querer de verdad pero pronto todo se tornó incomodo, raro y distante y es que días después Juan le confesó a Mariana que había pasado algo con Diego de nuevo y que en realidad no sabía que onda.

Mariana reacciono bastante bien, pero sólo en lo exterior. Aún se siente usada, como si hubieran jugado con ella, probado algo nuevo pero después la hubieran dejado a un lado. Pero ya todo está bien entre Mariana y Juan, son amigos de nuevo y nada del pasado importa.

Pequeña aventura

El dragón estiró sus alas amenazadoras y las dobló de nuevo , abrió sus ojos muy lentamente y me miró. Era enorme e imponente, sus escamas eran filosas, de un color verde metálico, de su cabeza a la punta de su cola se dibujaba una línea de picos y cuernos naranjas, debía medir diez o veinte veces lo que yo. Abrió sus fauces y pude observar cientos de dientes afilados y una lengua parecida a la de una víbora. Empecé a temblar, en mis brazos cargaba su gigantesco huevo azul y obviamente, no le gustó.

Ese día por la mañana hice una apuesta con mis amigos y quedamos en llevar un huevo de dragón a la escuela a cambio de no se que cosas y pues yo quería probar mi valor y salir victorioso del reto. Al medio día había visto sobrevolar un dragón en los desfiladeros morados en círculos muy pequeños, lo que sólo podía significar que ahí había huevos.

Así que me encamine hacia los desfiladeros saliendito de la escuela, caminé un largo rato y por fin divisé el enorme nido del dragón, me acerqué sigilosamente, pues vi que el dragón dormía profundamente, y tomé un huevo. Era mucho más pesado de lo que imaginaba y a duras penas podía levantarlo, pero lo logré. Lo malo es que dí un traspié y pisé la cola del dragón, ahí fue cuando se despertó. El caso es que me vio tan asustado (porque la verdad sí estaba) que ni siquiera se molestó en quemarme ni un poquito o morderme un dedo y me engulló de un bocado. ¿Tú cómo llegaste aquí?

Ella y su belleza


Tiene unos ojos hermosos, grandes y verdes, enmarcados por unas largas pestañas en un contorno generoso. Su rostro es perfecto, precioso. Tiene unos pómulos altivos, unos labios rojos y carnosos, una nariz delgada y amable, su pelo también es bellísimo, suave y delicado, largo y atractivo. El resto de su cuerpo no se queda atrás, ella está como cualquier mujer querría estar y podría ser la musa de cualquier hombre.

Pero ella no lo cree y se imagina lo contrario. Y todos la ven así, tan insegura, que se ciegan y en sus ojos ella pierde la rotunda hermosura, la sutil perfección, la insaciable belleza.

Incertidumbre

Está nervioso, no sabe qué hacer y si lo sabe sólo no se atreve. Lleva así más de un año, la ve diario y cada día se repite que quiere algo con ella, que la quiere hacer suya, pero ¿Él? ¿Cómo será posible? Se cuestiona y piensa demasiado las cosas, al final, nunca pasa nada y tal parece que nunca pasará.

La ve en al escuela cinco días de la semana por alrededor de siete horas cada uno, se sienta cerca de ella, le pasa la tarea, platican. El se sabe su amigo, y ella lo aprecia pero sólo como eso, aunque ella sabe, porque es obvio, que el moriría por ella. Pero él no hace nada, muchas veces imagina que sí y es feliz, pero prefiere la cómoda incertidumbre a arriesgarse a serlo de verdad. Es que ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Y si me rechaza terminantemente? Prefiere no saberlo, no tener un sí o un no certero, pero ella cada vez está más lejos.

12 abril 2010

Ventana


Ves el agua correr por los cristales de la ventana. Las gotas se estrellan y repiquetean como lo haría tu palo de lluvia. Pues sí, es lluvia, aunque sea una lluvia sucia, cruel, despedazadora y tu palo de lluvia te recuerde a las gotas limpias y frescas que caían en la selva Lacandona y la hacían crecer, fortalecerse y la pintaban de brillantes verdes.

Te preparas un chocolate caliente y observas la ventana, extrañas el agua aunque estés rodeado de ella, pero tú extrañas el agua del Usumacinta, el agua de la tierra mojada, no el agua cementosa que rebota en tubos, aceites, óxidos, coladeras y ventanas.

Por más que extrañes esa dichosa agua que hizo que las ceibas crecieran y se reverdeciera todo, tienes que aceptar que ya no existe, tampoco las ceibas ni la selva. Tu chocolate caliente no es chocolate de verdad, es un polvo que se supone sabe a eso, tampoco tiene agua sino un jarabe espeso que la imita, un jarabe sucio y terrosos como el agua que se estrella en tu ventana.

Y es que tú crees que el agua no existe, que ahora llueve mierda, y estos diez años el agua dejó de existir y lo que ha llovido sin parar por más de dos minutos es sólo mierda. Pero sí es agua esto que se estrella en tu ventana, tristemente a eso llegó el agua y ya no puede hacer nacer un Usumacinta, una Ceiba, una flor, una selva. Por eso te enojas y tiras tu supuesto chocolate por la ventana, te alejas y te vas a un cuarto sin ventanas, para escuchar el agua de verdad en tu palo de lluvia.

Efímero


Gira sobre el papel veloz y ligero como si fuera una pluma de ave y no un simple bolígrafo, deja tras él una línea de tinta que no dibuja nada específico pero demuestra un sentimiento vivaz, alegre y esperanzador. La pluma traza líneas con movimientos fugaces, pero pronto disminuye su velocidad sin detenerse para crear unas ondas suaves y gentiles. El par de ojos examinan cada raya, cada contorno, cada vaga figura; les gusta lo que ven sobre el papel cuadriculado del viejo cuaderno, pero no lo suficiente. La mano deja el bolígrafo sobre la mesa, arranca la hoja de papel, la arruga y la tira al basurero.

Maltrata

A Marco Caldara se le ponchó una llanta en la carretera Puebla-Córdoba justo en el tramo de las Cumbres de Maltrata. Ese día la neblina era espesa y algodonosa y Marco no alcanzaba a ver más allá de cinco metros. En una velocidad sumamente lenta buscó un acotamiento pero no encontró ninguno, así que decidió orillarse lo más posible y prender las intermitentes de su coche. Cuando salió para cambiar el neumático desinflado lo sorprendió el gélido abrazo de la neblina, no llevaba nada para cubrirse del frío pues se dirigía a Coatzacoalcos, así que se abrazó a si mismo hasta que tuvo que estirar un brazo para abrir la cajuela y más tarde el otro para sacar el gato y la llanta de repuesto que estaban debajo de las maletas. Con miedo de los otros coches sobre la carretera de puras curvas, cubierta de niebla dejó el gato y la llanta y fue a prender sus faros con las luces altas aunque fueran las 10 de la mañana.

Había salido muy temprano, iba a Coatzacoalcos a la pedida de mano de su prometida Renata Suárez solo, pues no tenía hermanos, su padre italiano ya había muerto y su mamá llegaría en avión pues por sus problemas de rodilla no podía estar tanto tiempo sentada. Rebeca llevaba ya una semana en su ciudad natal, quería pasar tiempo con su familia antes de la boda que se celebraría en un mes.

Marco tomó el gato pero lo dejó caer pues éste se había enfriado especialmente rápido en el corto tiempo que llevaba fuera de la cajuela y lo había sorprendido enormemente. Se frotó las manos y lo volvió a agarrar, tenía miedo de cambiar la llanta ya que había orillado el coche al carril de baja velocidad pero la llanta ponchada era la izquierda de atrás. Se armó de valor pues tenía prisa y se agachó bien pegadito al coche para accionar el gato, tenía los dedos entumidos y estaba nervioso, era raro que no hubiera pasado ningún otro coche. Por fin el automóvil estaba lo suficientemente bien sostenido para poder sacar el neumático penetrado por un clavo. Sacó la vieja llanta con sus manos que estaban sucias y frías, la aventó de mala gana dentro de la cajuela. En eso pasó un coche rápido que dejó como único rastro el sonido del claxon que se apagó lentamente. Marco respiró asustado, segundos antes lo habrían atropellado.

Conoció a Renata cuando estudiaron juntos la maestría, nunca se había enamorado antes pero los ojos negros y la piel apiñonada de Renata lo habían conquistado. Habían sido novios ya por cinco años y para Marco el paso lógico era casarse, así que un día le comentó la idea a Renata, ella siempre había sido escéptica en cuanto al matrimonio pero Marco la convenció y decidieron casarse tan sólo tres meses más tarde.

Aunque estaba asustado, Marco se dio cuenta que no tenía otra opción más que aventurarse y colocar la llanta de refacción, pues el frío le calaba los huesos y ningún coche lo vería con el tiempo suficiente de pararse y darle aventón. Además traía maletas y no podía dejar su auto abandonado a media carretera. Abrió su celular para ver si había señal, no había. Respiró profundamente el helado aire y avanzó unos pasos para poner la nueva llanta y seguir con su camino. Se tardó un poco en ajustarla, sintió que el frío y la neblina empezaban a afectar su salud, estaba exhausto, helado y entumido, pero por fin lo había logrado. Quitó el gato que parecía estar hecho de de hielo y lo guardó en su cajuela. Dio un respiro de alivio y se encaminó hacia la puerta del conductor cuando un trailer se estampó contra él y lo mató.

Negro


Todo está oscuro. No se alcanzan a distinguir ni siquiera algunas sombras escondidas. El negro es eterno e infinito, profundo y amplio. Ansías un rayo de luz, aunque sea pequeño, que dibuje un objeto, el mueble frente a ti, el contorno de tu mano; pero el sol esta apagado y la luna y las estrellas y los focos y las velas. No hay luz, por lo tanto no hay imágenes. La oscuridad reina en el recinto y nada se rebela contra ella.

Sabes que las cosas existen porque las sientes, las escuchas, las tocas, las describes, algunas las hueles y con otras te tropiezas. Pero no lo puedes comprobar, y te sientes incrédulo. La mayoría de los sentidos te seducen para creer algo, pero tú, tú necesitas ver para creer. Pero todo está oscuro, todo se tiñe del más puro negro, como si alguien hubiera tomado una gruesa brocha y hubiera pintado todo en la habitación de un negro opaco, pero no puede ser, sabes que todo es más oscuro que cualquier pigmento porque hasta las penosas sombras han desaparecido. Todo lo que ves es oscuro, todo lo que ves es lúgubre y triste, todo lo que ves es nada, porque hace ya años que te has quedado ciego y todo lo que ves es sólo negro.

07 abril 2010

Random

Me estiro hasta que me truena la espalda y de paso el cuello. Truenan desde que me subí por primera vez a la Montaña Rusa de la Feria de Chapultepec. En esa montaña rusa se le cayó a una amiga el celular y éste quedó sin ningún rasguño. Tengo un rasguño de mi prima en la pierna derecha. Mi prima tiene 5 años y la semana pasada usó su primer bikini. Mi bikini se esta secando en el tendedero. Tengo que secarme el pelo o me va a dar más gripa de la que ya tengo. Para mi gripa estoy tomando Tylex 750 y un jarabe para la tos. Nunca he entendido porque los jarabes para adultos ya pueden saber feo. Algo que sabe feo es el betabel pero me gusta su color. Mi color favorito es el verde perico. Algún día yo tuve dos pericos que se llamaban Macarena y Vitorino por la famosa canción. La canción que estoy escuchando es "Un vestido y un amor" de Fito Páez. Conocí a Fito Páez por mi papá que es su fan. A mi papá le encanta pintar y frecuentemente va al taller de Gilberto Aceves Navarro. Un día fui a ver una exposición en Bellas Artes de Aceves Navarro. En esta exposición me gustaron sus esculturas de bicicletas. Me gusta mucho andar en bicicleta pero hoy esta lloviendo y no puedo salir. Cuando llueve se me antoja meterme en una cobija y tomar chocolate caliente. Una vez fui a una hacienda chocolatera en Tabasco donde hacen el mejor chocolate caliente. En esta hacienda me atacaron los mosquitos. Odio los mosquitos pero al parecer ellos me aman porque siempre me están picando. Me gusta picarle el ombligo a los niños y preguntarles que por qué tienen un hoyo en la panza. Me impresionaron los hoyos de las carreteras en Baja California causados por el terremoto. Nunca he ido a Baja California pero me gustaría ir y nadar con ballenas. Una vez nadé con un tiburón enfermera en Isla mujeres. La isla más bonita a la que yo he ido es Holbox. En Holbox ayudé a tortuguitas a llegar al mar. En el mar la vida es más sabrosa. Algo sabroso son los pulpos en su tinta que prepara mi abuela. Mi abuela tiene ojos azules al igual que los tenía su consuegro Miguel. Antier releí el libro de mi abuelo Miguel "Un Jaguar en el silencio". En La Venta vi un jaguar negro que se presentaba a los espectadores tras su pequeña jaula de una manera muy majestuosa. A veces cuando no salgo de mi casa me siento como en una jaula. Me gusta mi casa y me gusta que sea un poquito desordenada. Mi mamá dice que soy muy desordenada y tiene razón. Los que no tienen razón son los maestros que dicen que tienen que ser injustos para educarnos para la vida. Estos maestros generalmente son los que dan las clases más aburridas. Cuando estoy aburrida en clase empiezo a dibujar y garabatear por mis cuadernos y ya que acaban me estiro. Me estiro hasta que me truena la espalda y de paso el cuello.

San Gabriel Árcangel (Cuento navidad 2008)


Dicen que la noche de Navidad es la más larga del año, pero yo nunca lo creí. Larguísimas noches había pasado yo trabajando en la cafetería o atendiendo a los chillidos de los niños. Eternas noches en el camión de San Gabriel Arcángel a la central del Norte. Interminables noches cuidando de mi esposo enfermo. ¿Por qué me afirmaban que la única noche dónde realmente disfrutaba, era la más larga del año cuándo a mí tan sólo me parecían unos minutos?


El camión plateado traqueteaba en el árido camino a San Gabriel, llevaba más de cinco horas ahí, viendo el gris asiento con manchitas color vino, ocre y amarillo. Cada vez que el autobús saltaba éstas se movían de mi vista y yo rebotaba de tal manera que sentía que mi columna se rompía. Tope, bache, hoyo, subida, bajada, piedra. Parecía que el camión no podía estar estable. Era la única pasajera que quedaba, pero aún faltaban dos horas para arribar a mi destino. Otro movimiento brusco, un paquete volando. Los ojos empezaban a cerrarse, mi cuerpo a dormirse, por fin cómoda. Un enfrenón que me aventaba al asiento de adelante, a aquél de las manchas ocres, vino y amarillo. El motor rugía debajo de mí. Curva, tronco, terracería, empedrada, freno, más baches, ruido, insomnio.

Llegué al pueblo muerto de San Gabriel a las cinco de la mañana, sin haber logrado dormir siquiera un poco. La iglesia abandonada estaba frente a mí, mis bultos en las manos, el humo y el polvo que levantaba el autobús en mis ojos y boca. De nuevo regresaba a este pueblo que no tenía nada ya que ofrecerme, en el que todas las casas conocía, todas las calles había recorrido, todos los puntos había pisado. Regresaba por capricho, como todos los demás que continuamente seguían regresando a este olvidado lugar.

Mi papá seguía viviendo en la casa grande, con mi hermana cuidando de él y de la parte utilizada de aquella enorme casa. Como era natural, ya la gente no me reconocía, y nadie vino a recogerme a la plaza donde llegaba el camión. Caminé tres cuadras entre las polvorosas calles hasta llegar al umbral de la casa.

En la capital vivía con mi esposo Federico y mis hijos, Carla y Julián, que nunca habían venido a San Gabriel. Federico alguna vez conoció a mi papá, yo creo que la única vez que él vino a la ciudad, el día de mi boda. Federico siempre quiso venir a mi pueblo, pero desde hacía varios años el doctor le había prohibido viajar en autobús y más en un camino como el que traía a San Gabriel. Carla nunca había querido venir, menos todavía cuando le contaba mis historias de largas y desesperantes horas en el camión, pero al contrario, Julián siempre había querido conocer a su abuelo, cada vez me lo decía más, ahora constantemente, incluso lo puso en su carta de navidad. Nunca quise que mis hijos conocieran San Gabriel Arcángel porque se quedarían atados al igual que yo, así que decidí tratar de hacer lo imposible y sacar a mi papá de San Gabriel para pasar la Navidad con nosotros.

Nada cambiaba en el pueblo, la casa seguía igual a cómo lo había conocido de niña, la puerta de roble sonaba igual al abrirla, la misma campana para avisar tu llegada, las mismas plantas creciendo a las orillas de la casa. Mi hermana me recibió como era costumbre. Tácitamente sus hermanos entendíamos que ella quería dejar el pueblo desde hace mucho tiempo pero la culpa de dejar solo a papá no la dejaba. Llegué con papá, persona de pocas palabras y seco como el desierto que rodeaba el pueblo. Comimos juntos, platicamos las mismas conversaciones que ya habíamos sostenido varias veces, “todos estamos bien” “la economía va mal” “la comida esta deliciosa”. Después el tomó su siesta mientras Remedios y yo íbamos a comprar el pan dulce y la leche para la cena.

Remedios siempre preguntaba por mis hijos y por nuestros sobrinos, por la vida en la ciudad, seguramente para acabar con la monotonía de su vida. Yo a veces la envidiaba, su vida era más sencilla, sólo cuidar de papá, el cual la adoraba por no haberlo abandonado como el resto de sus hijos. No tenía clientes malhumorados, ni porque pasar mañanas haciendo cuentas de las ganancias del café en la noche anterior, no tenía que ganarse la vida, al vivir con papá ya la tenía predispuesta.

En la cena tenía planeado decirles mi plan para Navidad, pero temía la reacción de mi progenitor. Él nunca había escuchado las súplicas de Joaquín para visitarlo, los ruegos de Mercedes para que conociera a sus nietos, los llantos de Rita para que se fuera de viaje con ella, los arrebatos de Álvaro por no interesarse en su vida. ¿Por qué entonces, me escucharía a mí? Sólo había salido en cinco ocasiones del pueblo. Tenía 11 nietos y no conocía a ninguno. Fue espontáneo, fue inesperado. –Quiero que vengas a pasar Navidad con nosotros. Con todos tus hijos. Quiero que vengas a México. –dije decidida.
-No.
-Por favor, Julián te quiere conocer
-No y no habrá discusión.
-No es motivo para discutir solo quiero que vengas dos días con nosotros a pasar las fiestas para que tú y Remedios no estén solos en esas fechas.
-No estaré solo, Remedios es suficiente compañía
-Pero papá ¡por favor! No seas necio, ¡no hay punto en quedarte aquí!
-Prometí alguna vez que no abandonaría mi pueblo como el resto de la gente, ya lo hice cinco veces y te aseguro que no volverá a suceder
-¿Qué no te das cuenta que vives en un pueblo de fantasmas?, ¡ya ni tus amigos viven aquí!
-No me convertiré en otro de esos fantasmas. No. No me pidas más, porque mi respuesta será la misma.

La discusión se prolongó por horas sin ninguna intervención de Remedios y efectivamente la respuesta de mi padre no cambió. Me rendí y a la mañana siguiente me encontraba de nuevo en el camión plateado; primero iba sola, después se fue llenando en las otras paradas. Traté de acurrucarme y de dormir. No pude. No podía dejar de pensar en las palabras de mi padre. “Qué ustedes hallan abandonado su hogar no significa que yo lo haré” “que quede claro que ustedes me dejaron a mí, no al contrario”. No quería pensar en eso, empecé a contar las manchas del asiento de enfrente. 6 color ocre, 7 amarillas, 4 vino. Las observé y las analicé, vi que entre unas de estas se salía el relleno del polvoso asiento. Relleno de color amarillo. Segundos más tarde me volvía a encontrar pensando en mi padre. En lo qué le diría a Julián. En la decepción de mis hermanos. Ellos sabían que no lo pude convencer.

Cuando llegué a la Central del Norte a medio día, venía ya decidida. Si no iba a venir a su familia su familia iría a él. Llamé a todos mis hermanos. Largas llamadas, gritos por teléfono, llantos, recuerdos, acuerdos, esperanzas, risas, planes, hechos.

El 24 de Diciembre por la mañana Remedios abría la puerta. La familia había llegado en 3 camionetas rentadas. Todos en silencio decoramos, Matías mi cuñado metió el árbol, y conectó la luz. Elvira mi cuñada me ayudaba a cocinar el pavo, Carla, picaba la fruta para el ponche, Rita, llenaba las piñatas de jícamas, cacahuates y mandarinas. Mercedes calmaba a los niños, Álvaro ponía los adornos más altos. Joaquín hacía uso de sus dotes como repostero haciendo múltiples pasteles y buñuelos. Después de nuestros silenciosos preparativos, subimos todos juntos a despertar al abuelo.

Esto fue hace mucho tiempo pero de aquellos minutos que duró la noche, todos los recuerdos son buenos. La sonrisa de papá, la sonrisa de Julián, la sonrisa de todos, las risas, los abrazos, los festejos, las sorpresas. Esto se volvió una tradición, y una vez al año, cada año, San Gabriel Arcángel se llena de vida.

Sueños que vuelan

De pronto, todos salieron de sus casas, varios jóvenes subieron a las azoteas de los edificios, Jimenita Álvarez miró hacia el horizonte tratando de divisar el espectáculo; las calles se llenaron de señores que habían interrumpido su rutina para ser testigos del asombroso acontecimiento, el pueblo estaba en expectativa. El primero en divisar los brillantes colores fue Jorge Luis Treviño y cuando anunció su llegada aún más personas salieron de sus casas. Las señoritas Méndez, en perfecta sincronía, se taparon el sol con la mano mientras bajaban su sombrilla con la otra, los niños de todo Dolores señalaban y corrían ilusionados, incluso Doña Lucha se asomó por su ventana, la cual hacía mucho que no había sido abierta.

Me asomé yo también por mi ventana que estaba frente a la de Doña Lucha; elegantemente me extendió su mano para que la besara, tuve que pararme de puntillas y salir un poco más de la casa para lograrlo. Lucha, la viuda de Lucas González, muerto en la guerra de Independencia, estaba sonriendo por primera vez en mucho tiempo, la vieja miró una vez más el espectáculo, se despidió educadamente, cerró su ventana y volvió, como siempre, a bordar pañuelos que no servirían nunca a nadie. Volteé hacia mi izquierda para ver lo que todos veían, el sol de la mañana tardía me cegó momentáneamente, me tallé un poco los ojos y cuando al fin se acostumbraron a la luz, lo vi.

Cuando lo conocí en Guanajuato éramos aún niños. Mi familia se mudó a la capital del estado en 1823 poco después de que se consumara la Independencia porque mi padre obtuvo un puesto en el nuevo gobierno. Benito era mi vecino y salíamos a jugar todos los días después de asistir a la escuela juntos. Los dos soñábamos despiertos, mientras yo me sentaba en la puerta de mi casa a leer cuentos e imaginar que era parte de esas lejanas historias, él corría por la calle con los brazos extendidos y soñaba que podía volar. Algún día lo lograría.

Dolores había cambiado mucho desde que Hidalgo gritó en la iglesia ¡Viva Fernando VII!, la guerrilla constante la había vuelto diferente, no sé si para bien o para mal, pero la gente del pueblo decía que esto no se percibía en los edificios ni en la política, tampoco en el aire ni en la gente, pero de alguna manera se notaba y no era difícil distinguir el cambio; nunca lo pudieron explicar, pero siempre añoraron el viejo pueblo con nostalgia, a la vez que veían con esperanza el lugar en el que en aquel momento me encontraba: sacando medio cuerpo por mi ventana, viendo los colores vivos de la seda que formaba un globo lleno de gases calientes y riendo como reía cuando era joven en un callejón de Guanajuato junto con mi amigo Benito.

Crecimos, y mientras Benito leía acerca de las hazañas de los hermanos Montgolfier o construía pequeños modelos de máquinas voladoras, yo leía a Sor Juana y escribía mis primeros cuentos. Él me explicaba que volar no era imposible como creíamos y me aseguraba que algún día lo vería cruzar los aires, yo me reía y el también. En ese pequeño callejón le componía poemas, burlándome de sus fantasías y esos versos nos hacían reír aún más. Yo me carcajeaba de su idealismo, y él reía porque sabía que este idealismo era más bien, una realidad no tan lejana.

Pero en el fantástico instante, mis risotadas fueron como piernas que me llevaron a entrar a mi estudio, sin importar el tirar la tinta sobre mis ensayos y romper el jarrito de barro, piernas que me hicieron bajar de dos en dos las escaleras de madera y correr como tanta gente de Dolores intentando acercarme a la figura voladora, tratando de reencontrar a Benito a quien no había visto en años, tratando de despertar de esa ilusión, del sueño que tuvo aquel amigo que corría por Guanajuato con los brazos extendidos. Porque yo sabía que aquel que ahora volaba era el joven Acosta: nadie podía lograr tal hazaña más que Benito.

En 1836 tras la muerte de mi padre, mi mamá quiso regresar a Dolores, nuestro pueblo insurgente donde ella había nacido. A mis 17 años continué aquí mis estudios y dejé a Benito en el Colegio de Minería de la ciudad de México estudiando ingeniería. Un año antes había ido con él a ver la función de vuelo aerostático que Eugene Robertson presentó en la capital; yo estaba asombrado, boquiabierto, mirando como la canastilla se despegaba del suelo y subía al cielo hasta que el señor Robertson se dejó de distinguir, en cambio Benito estaba feliz, extasiado, pensando que un día sería él, aquella persona que vería a sus pies las montañas, los pueblos, los ríos, las personas, el mundo.

Al dejar mi casa de Guanajuato, Benito se despidió exigiendo que le escribiera, y que le dedicara mi primera novela al publicarla. Yo me despedí bromeando, diciendo que no dudara en avisarme cuando él fuera como aquel pato o aquel gallo o borrego, que en un globo como el que habíamos visto, algún día habían volado.

Benito estaba volando. La hermosa Jimenita Álvarez me comentó mientras corría a mi lado que le habían dicho que el globo había salido de la ciudad de Guanajuato, de la plaza de toros de San Pablo. y estaba planeado que aterrizara aquí en Dolores; nos detuvimos un momento y fue cuando me dijo que efectivamente, el aeronauta de aquel globo hecho de seda roja, amarilla, verde, azul y morada, el primer mexicano que se burlaba de la gravedad era sin duda alguna Benito León Acosta, el joven de 23 años.

No sé que fue lo que sentí en ese momento, una mezcla de sorpresa y alegría, un sentimiento que sé que fue reflejado en mi rostro, pues la señorita Álvarez, mi prometida, me tomó de la mano riendo y me dio un beso en la mejilla. Nuestra sorpresa fue enorme cuando volteamos de nuevo a ver el espectáculo, la gente empezó a gritar y a correr aún más lejos, porque el aparato volador, que cada vez se veía más cerca de nosotros, de pronto se fue alejando y volviéndose más pequeño a nuestros ojos.

A Jimena la conocí cuando el Señor Don Raymundo Álvarez fue a Guanajuato de paseo con su familia; Jimenita, la mayor de sus hijas tenía entonces 8 años y yo tenía 14. Cuando el Señor Álvarez y mi papá comenzaron a hablar de política y negocios, temas que hasta recientemente nunca me habían llamado la atención, nos pidieron a Benito y a mí que les enseñáramos los alrededores y les compráramos a las niñas unos dulces típicos. Después de un pequeño paseo por Guanajuato todos nos sentamos en el callejón donde Benito y yo siempre reíamos para disfrutar nuestros dulces de almendra, y para que pudiera relatar las aventuras de Juanito Mofletes, el hombre que simplemente inflando sus cachetes, podía volar; la historia que Benito inventó y yo embellecí. Todas las niñas y su nana mulata escucharon atentas. Jimena se metió tanto en la historia y en las descripciones de las nubes que Juanito surcó, que el resto de su viaje lo pasó mirando hacia el cielo, encontrando figuras en las nubes. A veces todavía lo hace, y lo hizo ese día, mientras el globo se iba.

-Ya va por la nube que parece león-, me dijo Jimena. El globo se hizo casi invisible, me quedé pasmado viendo los colores de la seda que ya no se distinguían unos de otros. Unos minutos después entre la gente desconcertada, se escuchó un grito proveniente de lo alto del edificio donde estaba el joven Treviño, quien avisó que el globo estaba inmovilizado sobre el cerro del Gusano. El Sr. Jacinto Rubio, jefe político de Dolores, junto con un puñado de campesinos, salieron cabalgando rumbo a esta dirección antes de que me diera tiempo de aclarar mi mente acerca de todo lo que estaba pasando. El pueblo estaba bullicioso y nadie comprendía bien lo que ocurría, los jinetes iban regresando hacia Dolores pues no habían encontrado el globo donde se había dicho, pero volvieron a partir antes de que alcanzaran el límite de la ciudad porque un joven los alcanzó con nuevas noticias del aparato aéreo. En ese momento me despedí de Jimenita, tomé la yegua negra de Filiberto Muñoz y fui tras la comitiva para encontrar también a Benito.

Cuando su tía Rosario le dijo a Benito que nunca podría volar, él decidió hacer lo más cercano a esto: galopar. Fueron muchas las tardes de nuestras vidas en las cuales salimos de Guanajuato a toda velocidad hacia el campo, o dentro de la misma ciudad, controlando a nuestros caballos. Yo galopaba en mi caballo bayo, sintiendo el aire en la cara, alejándome como si fuera completamente libre, como si no existiera conflicto alguno en nuestra nación en pañales, como si sólo yo existiera en las montañas, en el pueblo de fantasmas. Benito cabalgaba sobre su animal, imaginando que su caballo pinto tenía alas, soñando que éste era un pegaso, que volaba alto y lo levantaba sobre los aires.

Parecía que la yegua de Filiberto no tocaba el suelo, rápidamente alcancé a los demás caballos, no sabía a dónde se dirigían pero los seguí hasta que divisamos la enorme cantidad de tela al lado del río, y metros más adelante estaba él con su ideal más grande cumplido. Ahí estaba mi gran amigo Benito, que fue cubierto con abrazos, chiflidos y felicitaciones antes de que tuviera una oportunidad de verme, y cuando se percató de mi presencia, me abrazó con una gran sonrisa y me dijo –Escoge: pato, gallo o borrego.

Don Jacinto nos separó y a pesar de mi petición de que Benito descansara en mi casa, insistió que se le llevara a la suya. Su llegada a Dolores fue más aclamada que la entrada de cualquier ejército, fue recibido con risas, aplausos, incluso cánticos y abrazos de personas que para él eran completos desconocidos. Benito durmió toda la tarde y cuando despertó su sorpresa fue grande al enterarse que la gente del pueblo había organizado un baile para él, ahí mismo, en la casa del Sr. Rubio.

Cuando en Guanajuato fuimos por primera vez a un baile, Benito y yo estuvimos toda la noche en el balcón de aquella hacienda, él mirando las golondrinas que paseaban por las primeras estrellas en el cielo, yo recitando versos a una hermosa joven que se puso colorada. Así pasamos la mayoría de las fiestas y los bailes, por lo cual nunca dominamos el arte de la danza y en casa del Sr. Jacinto Rubio, el 3 de abril de 1842, los dos preferimos no bailar.

Después de que lo coronaron con flores y la mayoría del pueblo pasó a darle sus felicitaciones personales a Benito, me contó de sus viajes a Francia y a Holanda dónde vio decenas de globos aerostáticos, de la construcción del aparato hecho con sus propias manos; de su trayecto, del viento en contra que tuvo que pasar, de su salto del globo, y de sus ascensiones previas; también me contó de su vida lo que había leído yo ya en sus cartas, pero ahora con lujo de detalle. Después platicamos de tantas cosas que habíamos vivido juntos, de los bailes de sociedad, de las cabalgatas donde los cascos de los caballos tronaban velozmente contra el suelo, de la historia que inventamos de Juanito Mofletes, de las risas en el callejón, de los juegos después de la escuela y de los sueños que teníamos, del sueño que él había ya cumplido.

La noticia de la ascensión de Benito corrió por Dolores, llegó al gobernador del estado y voló a los oídos del mismísimo presidente Antonio López de Santa Anna, el cuál le otorgó el poder sobre todo el espacio aéreo nacional durante tres años, así que sólo mi amigo podía cruzar los cielos de la nueva nación y podía cobrar a cualquier otro que quisiera hacerlo.

Mi nieta que se parece a Jimenita, me dice que en un futuro Benito pudo haber sido millonario, que ahora existen aparatos que dejan atrás al simple globo aerostático, se ha desarrollado uno enorme llamado dirigible y dice que hay un par de hermanos en el país vecino del norte que ahora vuelan en un aparato con alas. Yo estoy viejo y ya no sé qué creer y qué no, pero estoy seguro de que Benito León Acosta Rubí de Celis, mi gran amigo de la infancia, se volvió leyenda de una lejana historia, una historia en la cual yo obtuve un pequeño papel, entonces valió la pena que soñáramos despiertos, porque Benito pudo volar y yo pude formar parte de un cuento acerca de un globo de colores que vi en el pueblo de Dolores.

Magdalena

Este es un cuento que escribí hace ya varios años y tenía guardadito en la compu.


El bochornoso día parecía no tener fin, y esto era lo que más deseaba yo, que el día terminara, que el brillante sol se metiera y la noche empezara. Faltaban alrededor de seis horas para la esperada puesta del sol; seis horas que debía esperar bajo el frondoso árbol escogido hasta que llegara Magdalena. Contaba yo con apenas 8 años de edad, sin embargo, parecían más años los que habían pasado desde que la conocí. La vi por primera vez hace mucho tiempo, mas si lo pensaba en realidad no sabía nada de ella, no sabía de dónde venía, ni por qué nunca había crecido y su rostro había reflejado por mucho tiempo el de una hermosa niña de 7 años; pero ella sí conocía todo de mí, mi historia, mi vida, mis sueños, mis deseos, mis miedos, todo. Aún no puedo recordar cuando fue nuestro primer encuentro, pero sus claros ojos siguen grabados en mi memoria y estoy seguro que esos ojos jamás los voy a olvidar. Magdalena no era una niña normal, podría haber dicho que ni siquiera era una niña y estar en lo correcto, ella era la magia que movía mi vida y que iluminó mi infancia con la luz que misteriosamente irradiaba.

Llegó Magdalena, venía descalza, coronada por blancas flores, vestida de blanco, con un sencillo vestido de algodón que un listón del mismo color amarraba a su cintura, me recordó a la bella Ofelia de Hamlet, libro que mi anciano y sabio tutor me leía cuando salíamos al extenso jardín de mi casa a dar los paseos de la tarde; pero Magdalena seguramente era más bella que la olvidada Ofelia. Porque Magdalena no sólo era dueña de la belleza más pura que ha existido, más pura de la que los antiguos griegos juraban que la misma Afrodita tuvo; Magdalena también tenía una luz propia muy peculiar, y sé que cualquier persona que como yo tuvo la alegría de conocerla, podría definir la felicidad con una sola palabra: Magdalena. Sus húmedos ojos se veían más bellos que siempre mientras lloraba, más no me lloraba a mí, ni siquiera se dignó a mirarme, contemplaba la puesta del sol llena de colores, tonos que pintaban el cielo de colores indescriptibles, la puesta de sol que todo pintor desearía poder plasmar. Le lloraba al sol que desaparecía rápidamente bajo el horizonte de aquel lago cristalino. Al fin me miró y como siempre me sucedía cuando mis ojos encontraban los suyos sentí que volaba, que era completamente libre y completamente feliz, que todo era posible. Después de largos segundos en los que no dijimos nada, se limpió las lágrimas y me anunció –Vengo a despedirme para siempre. –Los sentimientos que hacía sólo unos momentos había sentido se desvanecían y cambiaban por los opuestos, mientras las estrellas comenzaban a salir en el cielo para acompañar a la Luna. ¿Qué podría hacer yo sin las visitas ocasionales de Magdalena que impacientemente esperaba por días y después de que sucedían sólo las soñaba para así recordarlas? Mi corazón latía con fuerza y tenía en mi mente remolinos de preguntas y pensamientos que quería externar, pero no podía.

–Tengo que regresar, sé que es tiempo de hacerlo, largos años he pasado aquí, los disfruté, pero ahora sé que hoy fue el último día y aquélla fue la última puesta del sol que viví aquí…

– No pude resistir más, todas las preguntas llenas de curiosidad que surgieron en mi mente desde que la conocí pero pensaba que no eran lo suficientemente importantes para preguntar y todas las preguntas llenas de rabia que me habían surgido en los últimos minutos salieron de mi boca, cual llama de fuego avivada por el viento, y por primera vez, desde que la conocía, la interrumpí mientras con su voz dulce y serena ella hablaba con palabras claras, elaboradas y concisas -¿de dónde vienes Magdalena? ¿Quién eres realmente? ¿Por qué te vas y a dónde? ¿Por qué me abandonas? ¿Por qué nunca has crecido? ¿Por qué nunca te veo a plena luz del día? ¿Por qué eres tan magnífica y a la vez tan misteriosa? Dime Magdalena respóndeme de una vez. - Ella me miró con calma y sólo dijo –Fíjate en el lago, ¿qué no ves la diferencia?

Admito que no vi nada, no me di cuenta de que algo muy extraño e impresionante estaba ocurriendo frente a mí, una maravilla nunca antes contemplada, sólo vi los mismos reflejos de las luminosas estrellas, el agua calma, la luna llena, el cielo oscuro. Magdalena se rió al verme tratar de descubrir algo, que para ella era una obviedad y para cualquier otro lo hubiera sido también; me dio una piedra, y cuando hizo esto supe lo que debía hacer, lanzarla al agua y hacer que rebotara varias veces, como solíamos hacer en las calladas noches que estábamos juntos, dos niños inocentes: ella que lo sabía todo y yo que aún no sé nada en concreto de la vida. Lancé la piedra y después todo sucedió muy rápido, rápido fue el darme cuenta de que las estrellas estaban en el lago y se reflejaban en el cielo, al contrario de lo que todos aquí en el mundo observamos en cualquier noche, rápido fue el verla iluminarse más que nunca, rápido fue el despedirme de ella para siempre, sabiendo que Magdalena siempre me vería y escucharía, y rápido fue el verla subir con las otras estrellas de regreso al cielo.

Me quedé solo tendido en el pasto húmedo cerca del frondoso árbol donde nuestros nombres están marcados, frente al lago que volvía a la normalidad al reflejar las estrellas después de la tempestad que nunca había antes sucedido; miré las estrellas y comprendí por fin de dónde venía la magia de Magdalena, por qué irradiaba tanta luz y por qué dentro de su misterio la había escogido yo a ella como dueña de mis deseos y de mis sueños, por fin aunque fue un poco, en unos segundos, la conocí.

Hoy siendo yo ya viejo, sigo contemplando las estrellas siempre que puedo, tratando de averiguar cuál de esas será Magdalena, si una muy brillante, una escondida, una fugaz, una enorme, una pequeña o una que mis ojos no alcanzan a ver. A veces también imagino si ella está con otro niño, haciendo al igual que de la mía una infancia mágica, y grabando en su memoria sus ojos que cambiaban de color. Siempre pido deseos a las estrellas por que sé que me los cumplen y les cuento mis sueños porque Magdalena se encarga de que me los hagan realidad.

03 abril 2010

Cosas de Genética


“El gen Landa” es un término coloquial en toda mi familia, no sólo en mi familia materna, aquella de los Landa y los valientes Alessio Robles que con un gran coraje se unieron a este gen, sino ya también es popular entre los bonachones Beltrán y los fregones Merino.

Los genes son una cosa que no podemos negar, curiosamente con estos vienen rasgos de personalidad que no podemos ocultar y el gen Landa corre erguido, rápido y muy puntual por la sangre de todos los descendientes de los Landa, no sé desde cuando éste corre por mis ancestros, pero yo tengo relatos hablados desde mi bisabuelo Landa, al cual yo no conocí, pero su fama lo precede. Sé, por ejemplo, que mi bisabuelo, era tan rígido en los modales en la mesa que nada comía nunca con la mano. Ni siquiera una alcachofa, vegetal que yo he tratado de comer con cubiertos y me he visto imposibilitada.

Mi bisabuelo tuvo varios hijos que nacieron con este gen dominante y dos hijas, la tía Nena y mi abuela Beatriz Landa Verdugo. Aún no se descubría que este gen es más poderoso en las mujeres. Y así, con todo y las malas cualidades que conlleva ser portador del gen ya mencionado, mi abuela que era tan bella como Audrey Hepburn, elegante, refinada y servicial como pocas personas he conocido, llamó la atención de un gallardo y culto caballero que vendría a ser mi abuelo Miguel Alessio Robles Fernández.

De esta rama de la familia Landa, pronto surgieron cuatro varones más, serios, callados, estrictos y puntuales. También dos mujeres, que aunque llevaban un apellido compuesto primero, no pudieron ocultar el segundo: Landa. Y sí, una de esas es mi mamá. Es por esta mala jugada de la genética que yo vengo a tener características como mal humor, necedad, inflexibilidad y explosividad que no puedo negar. Aunque sí, me jacto de tener este cuarto de gen Landa bastante bien diluido con un cuarto de Merino, un cuarto de Beltrán y un cuarto de Alessio, que hacen que las características Landa que admito poseo, no sean tan distintivas como lo son en mis predecesores.

Ahora, no puedo hablar de estas características del gen Landa sin hablar de sus descubridores que pusieron esto en orden y por supuesto, también, con eso de Merino y eso De La Calle, se encargaron de burlarse eternamente y distribuir los datos. Esos descubridores que junto con su prole y sus demás parientes se han encargado de reír de los Landa vendrían a ser mi papá, casada con una mujer descendiente directa de Agustín Landa y Cecilia mi tía, casada con un de los serios Alessio Robles Landa.

Todos los Landa menos los de mi generación, solían decir que debido a su buen comportamiento no existía ningún pariente al que se le pudieran imputar malas cosas, solían, hasta que mi papá, escuchando radio UNAM, se dio cuenta que no era como parecía, escuchó la historia de mí tía bisabuela la cual fue Miss México (primer error, un Landa exhibiendo su cuerpo de maneras inapropiadas), se casó con un hombre que tenía otra familia (segundo error, casarse con alguien no merecedor e impuro) y finalmente al descubrir su traición lo asesinó a sangre fría (tercer y fatal error, cometer un crimen o pecado, o ser acusada de uno.). Claro que los Landa supieron ocultarlo bien, mandando a la protagonista de este incidente a otro país, a otro continente, y no se habló nunca del tema. Los secretos se guardan para mantener el honor de la estirpe Landa. Creo que a ninguno de ellos se les hubiera ocurrido escuchar radio UNAM.

Ahora con material en las manos, los nietos de Don Miguel así como su cuñada y yerno decidimos probar nuevas maneras de diluir un poco el gen Landa. Todos los intentos fallaron. Pero lo descubrimos el día de navidad. El alcohol diluye este gen. Lamentablemente sólo durante la noche que es consumido, no permanentemente, y estas noches no abundan en la familia.

Claro que esta información ha sido resguardada por la familia de Beatriz Landa y estos datos tan valiosos no se han transmitido a otros miembros más allá de su familia. Nos burlamos con singular alegría de los demás Landa llenos del maligno gen sin que ellos lo sepan. Y también los de nuestra propia familia acaban muy fregados, pues algunos también somos descendientes de Merino; los adultos que llevan este apellido Landa se enojan cuando estas burlas suceden, por lo que el gen sale más a relucir, y sus hijos, mujeres, maridos y demás familia política, sólo nos reímos, tratamos de ocultarlo y comparamos al resto de los portadores del gen Landa con Fernanda del Carpio.

Individuo

Tiene ojos redondos, muy pequeños, e inexpresivos que examinan su alrededor nerviosos como se sintiera observado y buscado. Parece que él mismo también busca a alguien pues no fuma el cigarro que lleva desde hace cinco minutos en su mano, ni bebe el café que se enfría a su lado en la helada banca, sólo mueve de un lado a otro sus ojos que se nublan con unas cejas gruesas y oscuras, aunque se logran ver un poco más grandes por el efecto de unos gruesos lentes redondos que se recargan en el tope de una larga y pronunciada nariz aguileña ligeramente desviada hacia su lado izquierdo. Su boca esta entreabierta ya que respira por ahí, tras sus labios delgados y partidos se alcanzan a apreciar unos dientes chuecos y de un tono amarillo que da a notar que consume mucho café. Tiene unos pómulos marcados que al igual que su nariz resaltan por la finura de su cara. En su rostro existen pocas arrugas, pero muy marcadas en el ceño, en su frente y alrededor de sus ojos, sobre las ojeras que doblan el tamaño de los ojos. Las arrugas sólo dejan más clara la personalidad seria, malhumorada e incomprendida del individuo que sostiene el cigarro consumiéndose solo en su huesuda y larga mano derecha. Mientras tanto su mano izquierda resguarda dos libros viejos y maltratados de los que sólo alcanzo a leer las palabras “Los orígenes”. El individuo de poco pelo negro entrepelado peinado al estilo de Benito Juárez, para disimular la calvicie que parece que ha sido rápida y no fue anunciada, viste un suéter de rombos cafés bastante viejo, sobre una camisa negra deslavada y bajo un saco roído y sucio que usa todos los días desde hace tiempo, tiene unos pantalones cafés que le quedan cortos ya que en la posición sentada le llegan casi a la mitad de la espinilla, y en sus pies, contrario al resto de su vestimenta seria, tiene un par de calcetines deportivos y unos tenis Converse.

Tributo a OBE


Antonio:

Es difícil dejar de hablar de ti en presente y empezar a hablar en pasado. Y precisamente es por esto que no voy a hablar de ti como algo que ya pasó, que ya no es vigente y quedó atrás. Voy a hablar de ti, que sigues aquí, en presente.

Hablo en presente y voy, hoy que es sábado a comer a tu casa. Primero organizas una carrera y la ganadora obtiene el apodo de la zaeta rubia. Cómo unas salchichonas de ternera (le doy la mitad a la Kivi) y yakult que nos dio mi abuela. Cuando los grandes acaban de comer, me formo atrás de todos los nietos para llegar hasta ti y abrir la trompina para que me des un chocolatino. Te ríes cuando Sofía llega a ti y tiene un vudu más que la semana pasada. Cuando te das cuenta de que las odaliscas no han lavado los platos sólo gritas ¡Mujeres ¿Qué pasa en Flandes?! Mientras avientas el jabón al lavabo. Todos los nietos nos empapamos con la manguera y patinamos en el nuevo patio que acaban de construir.

Hoy voy a desayunar contigo, nos preparamos un praire river con mermelada de frambuesa y una cantidad generosa de uvas y nos volvemos a servir hasta que esté llena la botija. Después salimos a tu jardín a contestarles los chiflidos a los pájaros y a ver las orquídeas que están floreando. También vemos las jacarandas y las bugambilias que justo ahorita se están dando la tarea de pintar la ciudad de morado, nos haces un acto de Tai Chi imitando la figura de Adriana Lima y ya de regreso nos tomamos un king size y tu además un booze, tu bow more, pero ¡aguas! que no te vea mi mamá.

Hoy nos vamos de viaje con todos los primos, te aseguras de que todos nos divirtamos y que nos traten como reyes, y la verdad es que lo aprovechamos de más. Incluso Santiago te dice que las cuentas que llegan del crucero, no eran sus bebidas, sino de las cenas. Tienes un gran aguante en los rápidos, y en el agua más calmada, haces como que remas cuando voltea Pablo, (que obtuvo hoy un título más, “Pablo Báculo”) pero en cuanto se da la vuelta dejas descansar el remo en tus piernas. Te enojas de que Piti maneja en carretera, admiras la selva de Kohunlich como la has admirado siempre en tus caerías por Campeche, te diviertes de nuestras aventuras con los japoneses en Guatemala mientras te tomas más cervezas Gallo de las que deberías. Ya es de noche, Migue se sale de su cabaña porque roncas como oso y al día siguiente nos dices que nadie se ponga gomina, pero todos cachucha. Hacemos el club cachuchas. Nos prohíbes los ipo-gloss en tu presencia con un ¡Do not, do not! al igual que ya lo habías hecho con los chicles. Estamos emocionados de otro viaje que nos tienes planeado, pero es sorpresa y sólo algunos saben.

Te visito en bici, (el mejor regalo que te han dado) después de que comiste hasta tarde con el compadre Bardobiano y jugamos conquianes, tienes un muy buen juego, pero yo también, aún así sé que no me vas a quebrar mi tercia y me vas a dejar ganar. Mientras, ahí en el comedor estamos viendo tus tarros y me pides que encuentre los dos personajes que están repetidos. Se que uno es Robin Hood, el otro siempre se me olvida. Te digo que tus tres mosqueteros están mal. Tienes a Aramis, Porthos y D´Artangnan, pero te falta Athos. Me repites que los tres mosqueteros son tres y que ni modo, ya no cabe el cuarto, después me dices que al que le encantan los tarros es al maestro sandia. Los admiras y me cuentas la historia de alguno de los personajes, me preguntas por las esposas de Enrique VIII, al escuchar mi respuesta sólo exclamas ¡Pero hombre!

Vamos a los toros y como no te acordaste de que no se pudieron comparar los boletos con el derecho de apartado y estamos una fila atrás, nos tenemos que subir al segundo tendido pero Rocío, El Panal y todos los demás se suben con nosotros porque es más divertido estar contigo. Vemos a Ponce, a Pablo Hermoso y al Juli. Y dices, un poco de broma un poco con verdad, que te encantaría tener un nieto torero. Y en ese momento yo imagino a alguno de mis primos de chico, vestido con un hermoso traje de luces como tú en la foto que tenemos en el comedor de cuando todavía eras un pilino.

Hoy vamos a comer al Don Amador, al llegar, lo primero que estas haciendo (como de costumbre) es decirle al mesero que le baje a la maldita música y lo vuelves a hacer varias veces durante la comida, platicas con cada uno de tus nietos sin que se te escape ningún detalle de lo que te cuentan de sus respectivas vidas. No ha faltado la frase de ¿qué somos tontos? Dirigida hacia alguno de tus hijos. Vemos a Carstens y lo bautizas como Tinin esférico. Todos reímos. Después le dices a Ceci que el pavo de la discordia no es suficiente y que hace falta que el de Diego también este ahí en su cocina. Estas fascinado con la plática de la periquina, pero llegando a tú casa vuelves a ponerle el parche en su foto de bebé para que no se vea el ojo bizco. ¡chintetes!

Quieres ver la tele pero no la puedes prender, le estas marcando al mecatrónico para que te ayude pero te acuerdas que Lucía hizo un manual para que pudieras prender el sky. Ahora le marcas a los sandía para que Isa te platique del Ballet, y en la conversación decides que necesitas aprender a usar Internet, en eso llega la hadita buena, pero Beatriz no ha llegado porque está en sus correrías o en algo que tiene que ver con sus “tendencias proletarias.” Por fin llegamos nosotros con ella, y nos cuentas de las carreras de Gaby, de lo que sabes de Juan Bosco, de la fiesta de Ximena y Andrés, dices que le enseñe mi cuadro del maldito negro a Martha Orozco, nos cuentas el chiste del ratón y el gato, me preguntas qué tal se venden los brownies de Tiz, hablas de “the amazing, the increidible, the unbelivable” THE FACE”, no pierdes la oportunidad de burlarte y maldecir a los Landa y nos señalas la ardilla que rondea tu jardín, pero ya nos tenemos que ir, Irina y yo te hacemos porcinos, dices “El lobo, muy buen amigo” al morfiniano de Agustín y María se está despidiendo de ti con el saludo de torero. Te paras con un ¡Erep, Erep Erepquiux! Y subes a tu cuarto a ponerte tus pantuflas de oso.

Es noche buena, Festejamos todos en la posada con las luces de bengala que nos dio la abuela, Gaby esta rompiendo ese objeto a donde deberían llegar los colibríes a beber pero cuando todos nos salpicamos con vinagre entendemos por qué nunca llegaron. Los nietos casi incendiamos tu casa empezando por la piñata sobre el montón de hojas del jardín empapado ya de gasolina. Nos das tu libro que relata tus cacerías, “Un jaguar en el silencio”, nos recitas Antoñito El camborio y nos comentas que seguro Antonio era bizco por eso de los bucles entre los ojos, a Diego le recalcas que la manera correcta es decir “Antonio ¿quién CARAJOS eres tú?” y nos dices que Eduardo de chico actuaba del ángel marchoso. A las nietas después de un “Tirarinrantantatan Tan Ta Tan”, nos das unos aretes muy bonitos que todas queremos usar pero después del vino, cantar con el gran Frank en karaoke y las fotos, te fugas sin que nos demos cuenta.

Celebramos de sorpresa tus setenta y seis años, a Tiz, como siempre con su suerte, de todos modos le toca regalo. Festejas los globos de parte del club fantino y preguntas por las nuevas peripecias de éste ¿Quién es el nuevo presidente? ¿Cómo van las construcciones del arenero que cada que vamos a tú casa volvemos a empezar? Vemos un video de tu vida, sin duda alguna muy bien vivida y con un poco de tristeza y un poco de melancolía hacemos presente a la abuela que hace un rato ya no esta aquí con nosotros.

En tu cuarto de cacería me preguntas que cuál es el trofeo nuevo, y le dices a mi abuelo Ramiro que los espacios que quedan vacíos son para mi papá y Carlos. Andrés juega con él peluche de ti mismo y tú te quedas admirando tus borregos cimarrones. Nos cuentas de la ocasión en que llevaste a Beatriz de cacería de niña y cómo pensó tu guía que ese niño era más valiente que el pasado. Algún tío recuerda la foto con la serpiente y tú piensas en todos los increíbles momentos que has vivido en el Yukón, Campeche, Sudáfrica, Camerún y en la Sierra del Diablo.

Y sí, seguiré hablando de ti en presente, por que sigues en cada juego de conquian, en cada queso, pan, vino, bow more o chocolate que consumamos, en cada té y café (sin azúcar ni leche como algún día aprendiste de la mujer) que no estén lo suficientemente calientes, sigues con nosotros en cada releída que le demos a “un jaguar en el silencio” que en este momento son muchas; en cada vudu o corbata que nos regalaste, en cada poema de García Lorca, en cada canción de Frank Sinatra, en cada bugambiia, orquídea y jacaranda, en las memorias de tantos viajes y comidas, en cada palabra que inventaste y en muchas cosas más. Sigues aquí aunque ya no te pueda abrazar y no me des más cachetinos, sigues aquí aunque no vea tus old blue eyes, ni escuche tu voz recitando o comentando una noticia del País.

Sigues en el presente
Porque en todos nosotros
Fuiste demasiado trascendente
Para desaparecer de repente.

Te quiero y se que soy muy correspondida

Paulinin…