02 octubre 2011

Notas en el parabrisas

Salí temprano del departamento de Marcela y con las prisas de pasar a mi casa por una camisa limpia, no me fijé en el papelito que revoloteaba en el parabrisas. La casa ya estaba vacía, había un desayuno frío sobre la mesa, el cual tiré a la basura, me di un regaderazo y salí corriendo para llegar a tiempo a la oficina. En el tráfico de las ocho de la mañana me fijé de nuevo en el papel azul atorado en los limpiadores y como el periférico estaba parado, me di permiso de sacar el brazo y la mitad del cuerpo por la ventana hasta que atrapé el papel que ya me estaba desesperando. Lo arrugué y lo aventé al asiento del copiloto.

Ese día fue muy cansado en el trabajo, no me dio tiempo de comer y salí hasta muy tarde. El tráfico de regreso ni se diga. Estaba ya estacionado afuera de mi casa cuando me volví a fijar en el papel. Lo iba a tirar a la basura pero me di cuenta que tenía algo escrito a mano y no era cualquier panfleto. Me volví a sentar en el coche y lo aplané para leerlo.

La letra era desordenada y estaba escrito todo medio al aventón. Lo transcribo aquí tal cual (con todo y las faltas de ortografía) para que no digan que estoy exagerando cuando lo cuento.

Ernesto:
Me has hecho vivir una pinche mentira toda la vida y yo de pendeja que voy y te creo. no puedo creer que TU coche estaba aquí afuera de SU casa cuando me dijiste que ibas a un viaje de negocios, eres un patán, fasilote, estupido… ni siquiera vale la pena decirte todas las mierdas que ers y no se te ocurra volverme a hablar NUNCA. no puedo entender como creí que podías cambiar. Si te vuelvo a ver te parto la madre mejor quédate aquí con tu piruja esta y no trates de volver a verme. Te lo lo advierto imbécil. Si vas a hablar con alguien va a ser con mi abogado que te va a dar los papeles de divorcio ya la casa es mía, quédate con el pinche jetta. Te odio. No, Ni vale la pena odiarte. Vete a la chingada. Nunca vas a conseguir a nadie como yo vas a conseguir nunca.  Greta.

Me baje desconcertado a la casa que estaba vacía. Para colmo se me habían olvidado las llaves y no podía pasar. Le di vueltas al asunto largo rato, tenía hambre pero ahora sí que la tenía que esperar. Por fin llegó mi hermana, cenamos juntos y le conté de la carta, pero ella tampoco conoce a ningún Ernesto y a ninguna Greta.

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