22 noviembre 2011

Diez años de pan tostado

Ella se ríe a carcajadas ¡Qué güey eres, lo quemaste! ¿Y qué apoco así no te gusta? dice él riendo también, mientras agita el pan demasiado tostado sobre el suelo de la cocina. Anda prueba. Le mete un pedazo de pan a la boca y ella lo escupe, más por la risa que por el sabor. Mmmm, está delicioso ¡no sabes! Él la abraza y los dos tiemblan con una risa incontrolable. En una de esas con mermelada ya sabe  mucho mejor. Se zafa del abrazo y toma el bote del refrigerador, lo abre y precipitadamente le da un dedazo y trata de meter el menjurje de frambuesa en la boca de él. Él se da cuenta y ella le atina sólo al cachete. Ríe y le limpia la mermelada de un beso. Él la abraza y besa sus labios con sabor a pan tostado, y mientras, sin que se de cuenta, toma mermelada con su dedo y se la embarra en el cuello. Los dos ríen y lloran de la risa. ¡Uchas!, yo que me casé contigo porque quería que me hicieran de desayunar ¡y tú que quemas hasta el pan! ¡No te hagas te encanta! ¡Me fascina! ¡Soy el chef del pan tostado! ¡Y la mermelada! ¿Quieres más mermelada? Le mete una cucharada grandota a la boca, ella quiere decir algo pero ya no puede y sólo se escuchan las risotadas de él que la abraza, tirados en el suelo de la cocina, y las carcajadas de ella, ahogadas frambuesa. Así siguen las risas de alegría que duran todo el día de pan quemado. 

Ella está enojada. ¡Qué imbécil eres, lo quemaste! ¿Y qué poco no te gustan las cosas chamuscadas? dice él encabronado también, mientras avienta el pan demasiado tostado al plato. Si no lo quieres hazte otro. Ella lo muerde y lo escupe, más por el orgullo que por el sabor. Está asqueroso, ¡no sabes hacer ni pan Bimbo! Él le agarra la muñeca y los dos tiemblan conteniendo los impulsos de golpearse. En una de esas con mermelada sabe menos peor. Se zafa de sus manos y toma el bote del refrigerador, lo abre y precipitadamente embarra el menjurje en su pan, con la intención de salpicarle a él. Él se da cuenta pero atina una gota al cachete. Frunce el ceño y limpia la mermelada con una servilleta. Él la aparta y maldice su bocota con olor a pan tostado, y mientras, sin que se de cuenta, vacía la mermelada en el suelo. Los dos se enojan y gritan desquiciados. ¡Carajo!, diez años casados y te sigues portando como niño ¡y sigues quemando el pinche pan! ¡Antes te encantaba! ¡Lo odiaba! ¡Eres una loca del mal! ¡Y con razón! ¿Quieres más razones? Le apunta agresivo con el dedo a la boca, ella puede decir algo pero ya no quiere y sólo se escuchan los golpes que él da a mesa, encajados en el suelo de la cocina, y los resoplidos de ella, exentos de frambuesa. Así siguen los corajes que duran todo el día, con el mal sabor del pan quemado.

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