22 septiembre 2010

Chente

Curiosas las cosas que haces a veces, cosas fuera de la realidad de los demás que impactan sólo un poco en tu vida, en expresiones pictóricas que nunca tendrán trascendencia. Mírate a ti mismo Chente, estás aquí sentado, comiendo tu mallugada manzana, pretendiendo que me escuchas y que es importante lo que digo, recargado en la vieja mesa de oscuro roble con las manos todas sucias, manchadas de azul, masticas, tragas y vuelves a morder la manzana, me ves, con la mirada perdida porque tú en realidad sólo estas pensando en esa noche, todavía.

Era uno de esos momentos en que te hallabas intranquilo, por la mañana tenías miedo y me gritaste histérico, después, sin que te pudiéramos alcanzar, te fuiste quién sabe a dónde por un camino peligroso, tú muy alterado. Caminaste varias millas descalzo, eso lo sé ahora, cargando tu caja de pinturitas que te compré hace tiempo, hasta que viste a una mujer, fuera quién fuera ella, te asustó más y entonces, sin que te viera ella, lloraste, aventaste tu cajita que se abrió dejando rodar tus materiales, corriste colina arriba y te tiraste a la negra tierra, aplastando la poca hierba que existía, te revolcaste gimiendo, gruñendo, gritando, enojado sin razón alguna. Esto probablamente duró varias horas, especialmente porque yo había perdido tu rastro y no estaba ahí para tranquilizarte.

Siempre fui yo el único que te pudo calmar en tus ataques nerviosos, no pudo mamá con sus delicadas y frías manos ni nuestro padre con su áspera mirada enmarcada por las gruesas cejas que heredaste, ni otros hermanos, ni los doctores, sólo yo. Lástima que ese don que tengo haya causado que dependieras de mí toda la vida, sin ofender.

Quisiste manchar algo con tus pinturas, plasmar tu locura y tu furia pero claro que no pudiste porque estaba oscureciendo y tus pinturas se escondían desesperadas bajo el polvo, volviste a gritar, a gemir, a llorar, encerrado en ti mismo, deprimido, hasta que no pudiste más y te venció el cansancio. Exhausto te dormiste para despegarte de tu triste panorama por un rato. Cuando despertaste estabas más calmado aunque sentías la garganta seca, los pies ampollados y los ojos hinchados y entonces, de repente, te alegraron las lucecitas del pueblo, te tranquilizó la luna, te abrigó la sombra del ciprés y las estrellas te sacaron una mueca con ganas de ser sonrisa, igualita a la que traes ahorita, pensando en esa noche intrascendente, todavía.

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