05 mayo 2010

Altercado

Cuando él apenas llega y suavemente le dice lo que le molesta de un problema, ella se pone roja y empieza a gritar sin escuchar, violenta y salvaje como si estuviera loca. Cada vez que él la trata de calmar, se enreda en las quejas de su mujer y tiene que hacer frente al regaño, sintiendo poco a poco como se le eriza el pelo, él se va enojando, tensando hasta que queda como el áspero metal al que se le ha tirado un poco de ácido, y sin embargo, es apenas el principio porque un momento después ella se truena los dedos de las manos consintiendo que él aproxime suavemente sus músculos. Apenas se tocan, algo como una cuerda los enreda, los junta y los golpea, de pronto la bofetada, la mordida feroz de las mandíbulas, los puñetazos de rabia sobre una suavísima mejilla. ¡Para! ¡Para! Envueltos en la pela del resentimiento, se sienten parar, cansados y arrepentidos. Tiembla el puño, se vencen las barreras y todo se resuelve en un profundo abrazo, en besos de esterilizadas gasas, en caricias casi crueles que los juntan hasta el límite de los labios.

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