07 febrero 2011

El café de Antonio

Cada quién frente a su café. Antes de que le recalienten el suyo por primera vez, tapa su taza con su larga mano como si no quisiera que entre el frío ni escape el calor.y dice:

Ja! Este lobo le pone mucha azúcar! Ja! 

Mira que yo era igual de joven hasta ese día. Era la primera vez que invitaba a salir a la mujer, la llevé a un restaurante muy finoles por que a ella sí que quería impresionarla. Cené contemplando sus largos ojos almendrados y sus pómulos como de Audrey Hepburn que me atraían tanto. Después de mi pato a la frambuesa y su salmón con mantequilla, pedimos el postre y dos cafés. Cuando los trajeron, como de costumbre, ordené para el mio un buen chorrito de leche y cuatro cucharadas de azúcar, ella me miró como asqueada con sus enormes ojos bien abiertos: ¿Le vas a poner azúcar? 

Claramente no aprobaba. Entonces con pena, lo pedí negro. 

Y me enseñó bien. Desde ese día no he tomado el café sino negro, nada de azúcar ni leche, que es como se debe tomar. La mujer sería Landa, pero era muy inteligente.  

¡Mesero! ¿Me puede calentar esto? Esta frío. Y bájale a la maldita música.

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