15 abril 2010

Pequeña aventura

El dragón estiró sus alas amenazadoras y las dobló de nuevo , abrió sus ojos muy lentamente y me miró. Era enorme e imponente, sus escamas eran filosas, de un color verde metálico, de su cabeza a la punta de su cola se dibujaba una línea de picos y cuernos naranjas, debía medir diez o veinte veces lo que yo. Abrió sus fauces y pude observar cientos de dientes afilados y una lengua parecida a la de una víbora. Empecé a temblar, en mis brazos cargaba su gigantesco huevo azul y obviamente, no le gustó.

Ese día por la mañana hice una apuesta con mis amigos y quedamos en llevar un huevo de dragón a la escuela a cambio de no se que cosas y pues yo quería probar mi valor y salir victorioso del reto. Al medio día había visto sobrevolar un dragón en los desfiladeros morados en círculos muy pequeños, lo que sólo podía significar que ahí había huevos.

Así que me encamine hacia los desfiladeros saliendito de la escuela, caminé un largo rato y por fin divisé el enorme nido del dragón, me acerqué sigilosamente, pues vi que el dragón dormía profundamente, y tomé un huevo. Era mucho más pesado de lo que imaginaba y a duras penas podía levantarlo, pero lo logré. Lo malo es que dí un traspié y pisé la cola del dragón, ahí fue cuando se despertó. El caso es que me vio tan asustado (porque la verdad sí estaba) que ni siquiera se molestó en quemarme ni un poquito o morderme un dedo y me engulló de un bocado. ¿Tú cómo llegaste aquí?

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